martes, 7 de mayo de 2013

Compartir Nº 137 mayo 2013


Auxilio en la lluvia

Una noche, a las 23.30, una mujer de edad avanzada estaba parada a un
costado de una autopista, tratando de soportar una fuerte tormenta. Su
coche se había descompuesto y ella necesitaba desesperadamente que la
llevaran. Toda mojada, ella decidió detener el próximo coche. Un joven
se detuvo a ayudarla, a pesar de la fuerte lluvia. El joven la llevó a
un lugar seguro, la orientó a obtener asistencia y la puso en un taxi.
La mujer parecía estar bastante apurada, pero anotó la dirección del
joven, le agradeció y se fue.

Siete días más tarde el joven salió a la puerta porque habían llamado.
Para su sorpresa, un televisor pantalla gigante a color le fue
entregado por correo en su casa. Había una nota especial adjunta al
paquete, que decía así:

"Muchísimas gracias por ayudarme en la autopista la otra noche. La
lluvia  no solo dejó mi ropa completamente mojada sino deprimió mi
espíritu. Entonces apareció usted. Gracias a usted, pude llegar al
lado de la cama de mi marido agonizante, justo antes de que muriera.
Dios lo bendiga por ayudarme y por servir a otros desinteresadamente.
Señora Fernández".

Pedalea

Aquel día me encontraba en un camino que conducía hacia una colina. Al
pie de la misma observé a un muchacho montado en bicicleta que se
esforzaba en subir por la colina teniendo incluso el viento en contra.
Evidentemente el esfuerzo que tenia que hacer era tremendo. Cuando
estaba más fatigado apareció afortunadamente un autobús que subía la
colina en la misma dirección. Su marcha no era muy acelerada y el
muchacho pudo agarrarse con una mano de los barrotes de subida de la
parte trasera del autobús. El lector puede imaginarse lo que sucedió.
El muchacho subió la cuesta a las mil maravillas.
Entonces me pregunté: ¿Por qué soy semejante a ese muchacho en mis
flaquezas y fatigas? Constantemente estoy pedaleando cuesta arriba
contra toda clase de oposiciones y me encuentro casi extenuado por el
esfuerzo. Pero, gracias a  Dios, tengo a mano un poder disponible, la
fortaleza que me da el confiar en Él. Lo único que tengo que hacer es
ponerme en contacto y mantenerme unido a él, aunque no sea nada más
que con un delgado hilo de fe. Esto bastará para que su poder
transforme mi debilidad en fortaleza y mi cansancio en renovado vigor.
Los que confían en el Señor renuevan sus fuerzas, despliegan alas como
las águilas; corren y no se agotan, avanzan y no se fatigan (Isaías
40, 31).)

Avivar la llama

Cuentan que un rey muy rico de la India, tenía fama de ser indiferente
a las riquezas y cultivar una profunda religiosidad. Movido por la
curiosidad, un súbdito quiso averiguar el secreto del soberano.
”Majestad, —le preguntó en la audiencia—, ¿cómo hace para cultivar la
vida espiritual en medio de tanta riqueza?” El rey le dijo: "Te lo
revelaré si recorres mi palacio para apreciar mis riquezas. Pero,
llevarás una vela encendida. Si se apaga, te haré decapitar".
Concluido el paseo, el rey le preguntó: “¿Qué piensas de mis
riquezas?" La persona respondió: "No vi nada. Sólo me preocupé de que
la llama no se apagara".  El rey le dijo: "Ése es mi secreto. Estoy
tan ocupado tratando de cuidar y avivar mi llama interior, que no me
interesan las riquezas”.
La prueba que todos debemos afrontar en esta vida pasajera es la de
elegir con sabiduría dónde poner el corazón. Debemos hacer una opción
entre los bienes transitorios de esta vida  y Dios, amado con toda
nuestra alma.

Al Espíritu Santo

Ven, Espíritu Santo, luz y gozo,
Amor, que en tus incendios nos abrasas:
renueva el alma de este pueblo tuyo
que por mis labios canta tu alabanza.

En sus fatigas diarias, sé descanso;
 en su lucha tenaz, vigor y gracia:
haz germinar la caridad del Padre,
 que engendra flores y que quema zarzas.

Ven, Amor, que iluminas el camino,
compañero divino de las almas:
ven con tu viento a sacudir al mundo
y a abrir nuevos senderos de esperanza. Amén.


Rescate heroico

En la guerra de Corea, un soldado quedó gravemente herido a diez
metros de una cueva donde se ocultaban sus compañeros. El fuego era
tan intenso que resultaba arriesgado recoger al herido: significaba
muerte segura. Desde la cueva escuchaban los gritos de socorro del
caído.
Un soldado que había mirado con frecuencia su reloj, salió de repente,
arrastrándose hasta el compañero. Lo agarró y con suma lentitud lo
arrastró hasta la cueva, mientras el ataque era intenso a su
alrededor. Y, ¡cosa extraña!, ambos llegaron sin ser tocados por bala
alguna.
Al preguntar al héroe por qué esperó tanto para rescatar al herido,
respondió: "Sabía que mi madre a esa hora todos los días estaría
orando por mí”.

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