lunes, 9 de abril de 2012

Compartir Nº124, abril 2012


Grave accidente de moto

Me llamaron para visitar a un joven en su casa. Era un caso distinto a
todos los demás. Se llama... no importa el nombre, pero sí es
importante su historia. No es la historia de todos pero sí la de
muchos jóvenes. No es fácil mirar al futuro teniendo 23 años y una
columna vertebral partida en cien pedazos, como consecuencia de un
grave accidente.

No podía salir de su casa, y por ello decidí visitarlo. Su hogar era
una casa espaciosa, con un bien cuidado jardín a la entrada. La luz
entraba tenue por entre las cortinas que, entreabiertas, daban la
visión de otro jardín enorme, con árboles y flores, con piscina, y una
cancha de tenis bien cuidada. El silencio que allí reinaba era
sepulcral. Nadie hablaba. En medio de la sala, un joven fortachón,
pelo largo, ojos apagados, sentado en una silla de ruedas, me miró e
intentó sonreír, pero no pudo.

"Pablo... -me dijo- ¿para qué mi colegio, mi universidad, mis inicios
de postgrado en Inglaterra? ¿Para qué mis clases de fútbol, de
ajedrez?... Nunca me preparé para caerme de una moto y quedar
inválido. Mis padres decían: Tenemos un hijo que va a ser nuestro
orgullo. Tú, -decía mi padre- serás el continuador de mi imperio, y
serás temido entre mis competidores, porque yo te estoy preparando
para ser un triunfador...

Tenía todo... me faltaba una moto, también la tuve. La mejor: 750
cilindradas. ¡Una bala! Tuve la moto, y con ella lo creí tener todo...
pero nunca tuve a Dios. No lo necesitaba. No estaba en mis planes, ni
en los planes de mis padres. Nuestra ruta era la del triunfo, y Dios
no estaba en nuestro camino.

Un día, había llovido toda la noche. La ruta estaba mojada. Yo quise
arriesgar y vivir al límite de mis posibilidades, pero... la moto rodó
por el asfalto, y me golpeé contra el suelo. Mi columna se partió en
cien pedazos. Meses de hospital, recuperaciones, futuro incierto.
Nunca me prepararon para esto. Se olvidaron de mí, y me olvidé de mi
alma. Díselo tú a la gente. A mí no me van a creer. Simplemente
descríbeme, y mi imagen es la más clara necesidad de Dios.

“Para ser un triunfador en la vida, hay que empezar, seguir y terminar
en Dios. Sólo así, con un espíritu fortalecido en la fe, podrás
sentirte un hombre triunfador. Uno hace una casa para construir un
hogar, y así, cuando llueva, tener dónde resguardarnos. Uno no tiene a
Dios en su alma para cuando sufras un accidente, o te dé cáncer, o te
despidan del trabajo... No. Tienes a Dios para ser feliz, El te
resguardará del peligro y, si te pasa algo, Él te dará consuelo. ¡Dios
te bendice!”

 Experto en el problema

Una vez iba un hombre en su automóvil por una larga y muy solitaria
carretera, cuando de pronto su auto comenzó a detenerse hasta quedar
estático. El hombre bajó, lo revisó, trató de averiguar qué era lo que
tenía. Pensaba que pronto podría encontrar la falla del auto pues
hacía muchos años que lo conducía, sin embargo después de un largo
rato se dio cuenta de que no encontraba el problema del motor.
En ese momento apareció otro auto, del cual bajó un hombre a ofrecerle
ayuda. El dueño del primer auto dijo: - Mira, éste es mi auto de toda
la vida, lo conozco como la palma de mi mano. No creo que tú sin ser
el dueño puedas hacer algo. El otro hombre insistió con una cierta
sonrisa, hasta que finalmente el primer hombre dijo:
- Bueno, haz el intento pero dudo mucho que puedas lograrlo. El
segundo hombre echó manos a la obra y en pocos minutos pudo detectar
la falla que tenía el auto y lo hizo arrancar. El primer hombre quedó
atónito y preguntó: -¿Cómo pudiste ponerlo en marcha tan rápido? El
segundo hombre contestó: - Verás, mi nombre es Félix Wankel....yo
inventé el motor rotatorio que tiene tu coche.
Cuando no puedas resolver alguno de esos problemas difíciles de la
vida, pídele orientación y ayuda al que te conoce por haberte creado:
Dios.

¿Qué ves?

Cierto día, hace muchísimos años, un comerciante rico y avaro, acudió
a un sabio sacerdote en busca de orientación. Éste lo llevó ante una
ventana y le dijo:
—Mira a través de este vidrio y dime: ¿qué ves?
—Gente -contestó el rico comerciante.
 —Mírate en este espejo. ¿Qué ves ahora?
—Me veo a mí mismo -le contestó al instante el avaro-.
—He ahí, hermano, -le dijo entonces el santo varón- en la ventana hay
un vidrio y en el espejo también. Pero ocurre que el vidrio del espejo
está cubierto con un poquito de plata, y en cuanto hay un poco de
plata de por medio, dejamos de ver a los demás y sólo nos vemos a
nosotros mismos.

Hombres de paz

En New London, una ciudad pequeña de Conneticut, se dispuso una semana
de moratoria de las armas: los ciudadanos fueron invitados por el
alcalde a entregar las armas que poseían, con la promesa de que no
serían interrogados por la policía, ni se despediría nombres ni otros
datos.
El único que se presentó hasta el momento de esta nota a la central de
policía como respuesta al llamamiento fue Robert Allen, de cuatro
años. Con expresión extremadamente seria, Robert entregó a un agente
dos pistolas metálicas, un revolver de plástico y un fusil-radio del
“servicio secreto”.
Robert al entregar sus armas expresó: —Entrego mis armas porque no
deseo matar a nadie.
Robert Allen fue acompañado a la policía por una dama, su madre, quien
expresó: —La idea fue de él, y me obligó a acompañarlo.
Jesús dijo: —Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro
muere (Mateo 26, 52).

Rosarito de la Divina Misericordia

El mismo Jesús enseñó esta “coronilla” o pequeño rosario a santa
Faustina Kowalska. Se reza especialmente para pedir la conversión de
los pecadores, pero con ella puedes implorar cualquier otra gracia al
Señor.
Se comienza rezando un padrenuestro, avemaría y credo. Luego, con un
rosario, en las cuentas correspondientes al padrenuestro se reza esta
invocación: “Padre eterno, te ofrezco el cuerpo y la sangre, el alma y
la divinidad de tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, en
expiación de nuestros pecados y los del mundo entero”. Y en las
cuentas del avemaría: “Por su dolorosa pasión ten misericordia de
nosotros y del mundo entero”. Al final de las cincuenta invocaciones,
se dirá por tres veces: “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten
piedad de nosotros y del mundo entero”.
“A quienes recen este Rosario me complazco en darles los que me piden.
¡Oh qué gracias más grandes concederé a las almas que recen este
Rosario. Las entrañas de mi misericordia se enternecen por los que
rezan este Rosario. Quienquiera que lo rece recibirá gran misericordia
a la hora de la muerte. Los sacerdotes se lo recomendarán a los
pecadores como la última tabla de salvación. Hasta el pecador más
empedernido, si reza este Rosario una sola vez, recibirá la gracia de
mi misericordia infinita. Deseo que el mundo enero conozca mi
misericordia.”  Palabras de Jesús a Santa Faustina Kowalska.
Gracias por tu visita!!!