jueves, 2 de febrero de 2012

La Presentación del Señor. (F).

El Evangelio nos recuerda hoy dos rituales de la antigua tradición de Israel. Uno es la presentación del primogénito en el Templo de Jerusalén. El otro ritual es el que obligaba a la madre, a los cuarenta días del parto, a realizar un sacrificio de purificación. Jesús pertenece a este pueblo y a esta tradición, y su familia cumplió estas tradiciones y todo lo que estipulaba la Ley. Esos ritos fueron ocasión para manifestar la salvación que llegaba al mundo como luz. En este día, encendemos velas (candelas) y en algunos lugares se celebra la fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria.

PRIMERA LECTURA

Mal 3, 1-4

Lectura de la profecía de Malaquías.

Así habla el Señor Dios: Yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino delante de mí. Y en seguida entrará en su Templo el Señor que ustedes buscan; y el ángel de la Alianza que ustedes desean ya viene, dice el Señor de los ejércitos. ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién permanecerá de pie cuando aparezca? Porque él es como el fuego del fundidor y como la lejía de los lavanderos. Él se sentará para fundir y purificar: purificará a los hijos de Leví y los depurará como al oro y la plata; y ellos serán para el Señor los que presentan la ofrenda conforme a la justicia. La ofrenda de Judá y de Jerusalén será agradable al Señor, como en los tiempos pasados, como en los primeros años.

Palabra de Dios.



Comentario

El profeta anuncia que las ofrendas y los sacrificios hechos en el Templo serán recibidos favorablemente por Dios. Con Jesús, nos presentamos en el Templo no para llevar "cosas" sino para poner delante de Dios nuestra propia vida y ofrecérsela con amor.



SALMO

Sal 23, 7-10

R. El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos.

¡Puertas, levanten sus dinteles, levántense, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria! R.

¿Y quién es ese Rey de la gloria? Es el Señor, el fuerte, el poderoso, el Señor poderoso en los combates. R.

¡Puertas, levanten sus dinteles, levántense, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria! R.

¿Y quién es ese Rey de la gloria? El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos. R.



SEGUNDA LECTURA

Heb 2, 14-18

Lectura de la carta a los Hebreos.

Hermanos: Ya que los hijos tienen una misma sangre y una misma carne, Jesús también debía participar de esa condición, para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquel que tenía el dominio de la muerte, es decir, al demonio, y liberar de este modo a todos los que vivían completamente esclavizados por el temor de la muerte. Porque él no vino para socorrer a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham. En consecuencia, debió hacerse semejante en todo a sus hermanos, para llegar a ser un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en el servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. Y por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la prueba.

Palabra de Dios.



Comentario

Jesús se asemejó en todo a sus hermanos. Como era un bebé judío, fue llevado al Templo como todos los bebés. Toda la vida de Jesús fue ofrendada al Padre, no sólo este momento ritual. Así será también nuestra vida, una ofrenda permanente.



EVANGELIO

Lc 2, 22-40

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación de ellos, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor". También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel". Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos". Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.

Palabra del Señor.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Compartir Nº 122, febrero 2012
Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
CÓRDOBA - Argentina

El mercader y la bolsa
Cierto día, un mercader ambulante iba caminando hacia un pueblo. Por
el camino encontró una bolsa con 800 dólares. El mercader decidió
buscar a la persona que había perdido el dinero para entregárselo,
pues pensó que el dinero pertenecía a alguien que llevaba su misma
ruta. Cuando llegó a la ciudad, fue a visitar a un amigo.

—¿Sabes quién ha perdido una gran cantidad de dinero?- le preguntó a
éste. —Sí, sí. Lo perdió Juan, nuestro vecino, que vive en la casa de
enfrente. El mercader fue a la casa indicada y devolvió la bolsa. Juan
era una persona avara, y apenas terminó de contar el dinero gritó:
—¡Faltan 100 dólares! Esa era la cantidad de dinero que yo iba a dar
como recompensa. ¿Cómo lo has tomado sin mi permiso? Vete de una vez.
Ya no tienes nada que hacer aquí. El honrado mercader se sintió
indignado por la falta de agradecimiento. No quiso pasar por ladrón y
fue a ver al juez.

El avaro fue llamado a la corte de justicia. Insistió ante el Juez que
la bolsa contenía 900 dólares. El mercader aseguraba que eran 800. El
juez, que tenía fama de sabio y honrado, no tardó en decidir el caso.
Le preguntó al avaro: —Tú dices que la bolsa contenía 900 dólares
¿verdad? —Sí, señor, respondió Juan. —Tú dices que la bolsa contenía
800 dólares, le preguntó el juez al mercader. —Sí, señor.

—Pues bien, dijo el juez, considero que ambos son personas honradas e
incapaces de mentir. Tú, porque has devuelto la bolsa con el dinero,
pudiéndote quedar con ella. Juan, porque lo conozco desde hace tiempo.
Esta bolsa de dinero no es la de Juan; aquella contenía 900 dólares.
Esta sólo tiene 800. Así pues, quédate tú con ella, hasta que
aparezca su dueño. Y tú, Juan, espera que alguien te devuelva la tuya.

Vivir, ¿un juego de naipes?
La vida pareciera convertirse a veces para algunos en un juego de
naipes, donde la carta que triunfa es el as. Para no pocos el mayor de
todos es el as de oro, para otros el de espada, para algunos el de
basto, y no faltan algunos que eligen el de copas.

As de oro para los que ponen sus esfuerzos en almacenar riquezas a
toda costa sin reparar en miramientos de conciencia. As de oro con el
que piensan ganar todas las partidas, hasta la de la felicidad. As de
espadas para quienes todo lo quieren conseguir con la fuerza, sea de
armas, sea de leyes políticas o sindicales. As de bastos para quienes
pretenden arreglar el mundo a garrotazos, con violencia, secuestros,
guerras y crímenes. As de copas para los despreocupados, que tratan de
ahogar en diversiones los problemas cotidianos, o el vacío que sienten
en su interior.
¿Será eso la vida? ¿Un juego de naipes?

Oración del anochecer
Ya el sol del firmamento se retira,
mas tu fuego, Señor, alumbra siempre;
en nuestros anhelantes corazones,
derrama, ¡oh Trinidad!, tu amor perenne.

Contentos te servimos en el día
y fervientes ahora suplicamos
asocies nuestras almas y canciones
al coro de tus ángeles y santos.

La gloria y alabanza sempiterna
tributamos al Padre y a su Hijo,
y a ti, Divino Espíritu de entrambos
damos gloria por siglos infinitos. Amén

Cambio de domicilio
La pequeña, bien perfumada y orgullosa anciana de 78 años, con su
cabello arreglado a la moda y el maquillaje aplicado a la perfección,
se muda hoy a un asilo. Lo que motivó la mudanza fue la muerte
reciente de su esposo a los 80.

Después de muchas horas de esperar con paciencia en el recibidor del
nuevo asilo, sonrió con dulzura, cuando se le dijo que su cuarto
estaba listo. Mientras se desplazaba en andador hacia el ascensor, le
describieron con lujo de detalles su pequeño cuarto, incluyendo las
cortinas que colgaban de la ventana.

"Me encanta", afirmó, con el entusiasmo de un niño de 8 años al que le
acaban de entregar una nueva mascota. "Sra. Jones, no ha visto el
cuarto, espere". "Eso no importa", respondió. La felicidad es una
decisión que hago cada mañana, cuando me levanto. Puedo elegir: pasar
el día en la cama, repasando las dificultades por las partes de mi
cuerpo que no funcionan, o salir de la cama y estar agradecida por las
que sí funcionan". "Cada día es un regalo, y mientras se abran mis
ojos pensaré en el nuevo día y en los recuerdos felices que alegran mi
vida”.

Carrera de sapos
Érase una vez una carrera de sapos en el país de los sapos. El
objetivo consistía en llegar a lo alto de una gran torre que se
encontraba en aquel lugar. Todo estaba preparado y una gran multitud
se reunió para vibrar y gritar por todos los participantes. En su
momento se dio la salida y todos los sapos comenzaron a saltar.
Pero como la multitud no creía que nadie llegara a la cima de aquella
torre pues ciertamente, era muy alta, todo lo que se escuchaba era:
“no lo van a conseguir”, “qué lástima, está muy alto, es muy difícil,
no lo van a conseguir”. Así la mayoría de los sapitos empezaron a
desistir.

Pero había uno que persistía, pese a todo, y continuaba subiendo en
busca de la cima. La multitud continuaba gritando: “es muy difícil, no
lo van a conseguir”, y todos los sapitos se estaban dando por
vencidos, excepto uno que seguía y seguía tranquilo cada vez con más
fuerza. Finalmente fue el único que llegó a la cima con todo su
esfuerzo.
Cuando fue proclamado vencedor muchos fueron a hablar con él y a
preguntarle como había conseguido llegar al final y alcanzar semejante
proeza. Cual sería le sorpresa de todos los presentes al darse cuenta
que este sapito era sordo.
Sé siempre sordo cuando alguien duda de tus sueños.
Gracias por tu visita!!!