miércoles, 1 de diciembre de 2010

Hoja formativa Nº 108, Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
CÓRDOBA - Argentina


El silencio de los abuelos
Dos abuelos. Cuarenta años de convivencia fecunda y fiel. Se conocían
lo suficiente como para darse todavía la sorpresa de un malentendido.
Era justo lo que había sucedido esa mañana. El abuelo era un hombre
jovial y bastante espontáneo. Impetuoso en sus reacciones, solía irse
de boca cuando decía sus verdades. La abuela era más paciente, pero
también de reacciones más lentas. Por eso, aquel cruce de palabras que
la habían ofendido, la llevó a su respuesta habitual: el mutismo.
El recurso del silencio suele ser frecuente en personas que están
obligadas a una convivencia muy cercana. Y estos dos abuelos pasaban
gran parte de la semana solos, porque sus tres hijos casados no vivían
en el mismo pueblo, y los encuentros solían darse sólo los fines de
semana. La discusión se había dado en horas de la mañana. Para la hora
del almuerzo, se comió en silencio. El televisor llenó un poco el
vacío, sin solucionar el problema. El té de la tarde los vio reunirse
dentro del mismo clima. Y llegada la cena, continuaba aún el mutismo
por parte de la abuela.

Al abuelo ya se le había pasado totalmente el mal rato, y quería que
le sucediera lo mismo a su compañera. Pero, evidentemente, ésta era de
reacciones más lentas. Por tanto había que encontrar una manera de
hacerla hablar, sin que ello significara capitulación por ninguna de
las dos partes. Porque el asunto que los había distanciado era una
intrascendencia, y no valía la pena volver sobre ello.
Cuando ya se iban a acostar, al abuelo se le ocurrió una idea: Se
levantó con cara de preocupado, y abriendo uno de los cajones de la
cómoda, se puso a buscar afanosamente en él. Sacaba la ropa y la
tiraba sobre la cama. Luego de haber vaciado ese cajón, lo cerró con
fuerza y se puso a hacer lo mismo con el siguiente. Cuando ya se
decidía a hacer lo mismo con el tercero, la abuela rompió el silencio
y preguntó entre enojada y preocupada: - ¿Se puede saber qué estás
buscando? A lo que contestó su marido con una sonrisa: - ¡Sí! Y ya lo
encontré: ¡Tu maravillosa voz, querida!

Te amo tal como eres
Mi mujer y un grupo de amigas habían iniciado un programa de
autosuperación. Me pidió que le escribiera una lista de seis cosas
que me gustaría que cambiara para ser mejor esposa. Lógicamente, se me
ocurrían muchas cosas que decir (y seguro que ella también tendría
cosas qué decir), pero en lugar de ponerme a escribir, le dije:
—Déjame pensarlo y mañana te daré una respuesta. Al día siguiente me
levanté temprano y llamé a la florería. Encargué seis rosas rojas para
mi mujer y una nota que decía: "No se me ocurren seis cosas que me
gustaría que cambiaras. Te quiero tal como eres". Cuando volví a casa
esa tarde, mi mujer me recibió en la puerta; estaba al borde de las
lágrimas.
No necesito decir que me alegré de no haberla criticado como me había
pedido. El domingo siguiente en la iglesia, después de que ella hubo
informado del resultado de su tarea, varias mujeres del grupo se me
acercaron y me dijeron: —Fue lo más bonito que he escuchado.
Entonces comprendí el poder de aceptarla y amarla tal como es; y así
lo seguiré haciendo, sólo por amor.

Valora lo que tienes
A pesar de que eran ricos, Napoleón y George Washington nunca contaron
con una pastilla para el dolor de cabeza. Simón Bolívar, San Martín y
Pancho Villa jamás pudieron tomar un taxi cuando necesitaban llegar
pronto a algún lugar. Ni Cervantes, ni Dante, ni Shakespeare tuvieron
una máquina de escribir. Los vikingos viajaron sin brújulas y Colón no
pudo llevar alimentos enlatados ni un refrigerador.
Julio César y Carlo Magno jamás comieron una pizza y tampoco
disfrutaron del cine o la televisión. Beethoven no pudo usar
audífonos ni oír su música en un equipo de sonido. Mozart no pudo
grabar sus composiciones. Hipócrates y Galeno no se sirvieron de las
vacunas ni de miles de avances médicos.
Y nosotros hoy nos quejamos de que no tenemos todo lo que queremos, y
de que esta vida es insufrible. Así somos. ¿Por qué seremos así?

No te rindas nunca
La joven maestra leyó la nota adjunta a la hermosa planta de hiedra.
"Gracias a las semillas que usted plantó, algún día seremos como esta
hermosa planta. Le agradecemos todo lo que ha hecho por nosotras.
Gracias por invertir tiempo en nuestras vidas".
Una amplia sonrisa iluminó el rostro de la maestra, mientras por sus
mejillas corrían lágrimas de alegría. Las chicas a quienes les había
dado clase, se acordaban de agradecer a su maestra. La planta de
hiedra representaba un regalo de amor. Durante meses la maestra regó
fielmente la planta en crecimiento. Pero al cabo de un año, algo
sucedió. Las hojas empezaron a ponerse amarillas y a caerse; todas,
menos una. Pensó en deshacerse de la hiedra, pero decidió seguir
regándola y fertilizándola.
Un día, al pasar por la cocina, la maestra vio que la planta tenía un
brote nuevo. Unos días después, apareció otra hoja, y luego otra más.
En pocos meses, la hiedra estaba otra vez convirtiéndose en una
hermosa planta. Hay pocas alegrías más grandes que la bendición de
invertir fielmente amor y tiempo en las vidas de otras personas.
¡Nunca, nunca te des por vencido con esas plantas!

Navidad: llamado al amor

Si nos amáramos, dialogaríamos, porque el amor
busca intimidad y la comunión con el amado.

Si dialogáramos, nos comprenderíamos, porque
nos escucharíamos hasta ponernos en el lugar del otro.

Si nos comprendiéramos, nos perdonaríamos, porque
al comprender el dolor que causa la ofensa y la culpa,
pediríamos perdón y perdonaríamos.

Si nos perdonáramos, nos reconciliaríamos,
porque el perdón es el puente por donde cruzamos,
sobre el abismo de las ofensas y las culpas que nos separan.

Si nos reconciliáramos, nos amaríamos porque
sólo nos amamos cuando nos amamos como somos,
y eso es perdonarnos y reconciliarnos.

Si nos amáramos, ¡viviríamos tan felices!

lunes, 1 de noviembre de 2010

Hoja formativa Nº 107
Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
CÓRDOBA - Argentina


Cuando perdemos a Dios
Dijo un discípulo a su maestro: - Maestro, hay días en que mi cruz
parece tan pesada, que llego a pensar que perdí a Dios. Voy a todos
los rincones de la casa en busca de una señal de que él aún está
conmigo. Respondió el maestro:
—No lo buscaste en gavetas, armarios y estantes. Saca de los cajones y
de los armarios toda la ropa y calzado hace tanto tiempo guardados y
que no usas. Saca de las gavetas lozas, vasijas y utensilios que hace
tanto tiempo tampoco utilizas. Saca de los estantes los libros
empolvados, lápices, plumas y papeles. Saca de aquél pequeño armario
todas las muestras gratis de medicinas, que guardas sólo por hábito.
Después, haz paquetes y entrégaselos a aquéllos que dan asistencia a
los pobres, a los niños, a los ancianos y a los enfermos.
Una vez que termines esto, sentirás la agradecida presencia de Dios.
Lo que para ti es inútil y abandonado en la oscuridad, para otros es
manifestación de luz. Cuando los pesados paquetes sean abiertos,
habrás aliviado el peso de tu cruz.

El grillo
Un neoyorkino y su amigo paseaban por el bullicioso sector de Times
Square, en el centro de Manhattan, a la hora del almuerzo. En medio
del infernal ruido producido al mismo tiempo por bocinas, sirenas,
altoparlantes, música a todo volumen y miles de personas hablando
todas juntas, el muchacho dijo: —Estoy oyendo un grillo. —¿Qué? ¡Debes
estar loco! -replicó su amigo-, ¡no es posible que puedas escuchar un
grillo en medio de todo este ruido! Sin decir nada, el muchacho caminó
hacia una maseta con flores que había en la acera, y tras una ligera
búsqueda, extrajo de allí un pequeño grillo.
El amigo, sorprendido, dijo: —Esto es extraordinario, debes tener los
oídos de Superman. —No -respondió el otro-, mis oídos son iguales a
los tuyos. Todo depende de lo que a uno le interese escuchar. Para
demostrar lo que decía, sacó de su bolsillo varias monedas y
discretamente las dejó caer al piso.
El sonido producido por las monedas al tocar el suelo provocó que
varios de los transeúntes voltearan la cara, curiosos por saber a
quién se le había caído el dinero. —¿Ves lo que te digo? -insistió el
neoyorkino-, el sonido del dinero lo escucharon todos, pero el del
grillo no. Todo depende de qué es importante para ti.
Y para ti, ¿qué es importante? ¿Qué quieres escuchar? Algunos dicen
que no pueden oír a Dios porque él nunca nos habla. Pero quizás ellos
no lo pueden ver o escuchar porque ése no es el sonido que quieren
oír. Pueden escuchar la moneda que cae al piso, pero son incapaces de
captar el chirrido del grillo. Dice una canción "no busques a Cristo
en lo alto, ni lo busques en la oscuridad, mucho menos entre la
multitud, pues muy dentro de ti, en tu corazón, puedes adorar a tu
Señor". Dios es esa dulce musiquita que podríamos escuchar dentro de
nuestro ser, pero estamos tan preocupados por las banalidades del
entorno que no la percibimos.

El sistema solar
Una vez se suscitó una fuerte discusión entre dos amigos, uno creyente
en Dios y el otro absolutamente ateo. Después de una larga e inútil
discusión, se separaron muy molestos.
El creyente, con el deseo de convencer a su amigo, construyó en una
habitación de su casa un planetario. Invirtió mucho tiempo y dinero,
para simular el universo en movimiento. Aparecía el sol, los planetas,
música sideral, cometas, etc. Lo realizó con tanta perfección, que al
entrar a esa habitación, uno se sentía flotar en el espacio.
Invitó a visitarlo a su amigo ateo, y cuando éste sorprendido le
preguntó al constructor quién había realizado tan magnífica obra
maestra, el creyente le contestó: —Nadie. Pero el amigo reclamó: —Oye,
¡no soy tonto! Esto lo debe haber hecho alguien, no creo que se haya
hecho solo
El creyente lo llevó afuera al jardín y, como era de noche, le dijo:
—Mira, observa el firmamento, las estrellas, la perfecta armonía de
las fuerzas en movimiento. Sabes, –le dijo finalmente–, toda esta
maravilla nadie la hizo. En ese momento, el ateo comprendió que
existía un poder superior y le respondió: —Tenías razón, perdóname.

Por donde va la corriente
Bajo un sol abrazador, dos africanos descendían por el río Zambeze,
remando en su angosta piragua. Oculto bajo las tranquilas aguas, un
cocodrilo, aguardaba su presa. De repente, la canoa fue sacudida con
violencia. El cocodrilo hundió sus dientes en uno de los remos.
Desequilibrados, los dos remeros cayeron en las profundas aguas.
Al ver la muerte ante sí, trataron de escabullirse. Uno recordó el
consejo de los ancianos: "Si caes en un río invadido por cocodrilos,
nada debajo del agua río arriba, porque el cocodrilo, en busca de su
presa, siempre se deja llevar por la corriente". Después de muchos
esfuerzos, este hombre alcanzó la orilla sano y salvo.
Su compañero eligió la solución más fácil: nadó en el sentido de la
corriente, pero también en el sentido del cocodrilo. Muy cerca de la
ribera, su pierna fue atrapada por la terrible bestia que lo arrastró
al fondo del río.
El peligro está tan presente en un río lleno de cocodrilos como al
seguir las corrientes de la moda de este mundo: la opinión pública,
los placeres dudosos, el amor al dinero, la popularidad... ¿Andas tú
en la dirección correcta, o en el sentido de la corriente? Dios dice:
"Hay caminos que al hombre le parecen rectos; pero al final conducen a
la muerte". (Proverbios 14:12).

¿Para qué buscar a Dios?
¿Para qué buscarte? Me preguntaba. ¿Qué gano con seguirte? Me
cuestionaba. ¿Por qué he de hacer tu voluntad? Me replicaba.
Y hoy, estando solo y con miles de problemas encima, hoy cuando los
que creí mis amigos me han abandonado, hoy cuando más solo me siento,
y atareado me encuentro, vienen a mi mente las respuestas a estas
preguntas, pues en medio de los problemas, sin importar cuánto te he
fallado, tú sigues firme a mi lado.
Y en medio del cansancio siento tus brazos sostenerme. Y entre el
bullicio de cada día y los problemas que me agobian, escucho tu dulce
voz susurrarme al oído: "Calma, estoy contigo". Y ahora me doy cuenta
que todo vale la pena, y que aquellas dudas no eran más que trampas de
mi enemigo para evitar tu consuelo, tu paz, tu compañía.
Gracias, Señor, porque a pesar de todas mis dudas me recibiste como un
buen amigo, y siempre que te cuestionaba, sonriendo me decías:
"Tranquilo, que yo soy el camino".

viernes, 1 de octubre de 2010


Hoja formativa Nº 106, octubre 2010
Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio CÓRDOBA

Dos caballos
En la calle de mi casa hay un terreno de pastura. Dos caballos viven allá. De lejos, parecen caballos como los otros caballos, pero cuando se mira bien, se percibe que uno de ellos es ciego. Aún así, el dueño no se deshizo de él y le consiguió un amigo: un caballo más joven. Eso ya es de admirar. Si prestas atención, oirás una campana. Buscando de dónde viene el sonido, verás que hay una pequeña campana en el cuello del caballo menor. Así, el caballo ciego sabe dónde está su compañero y va hasta él. Ambos pasan los días comiendo y al final del día el caballo ciego sigue al compañero hasta el establo. Y tú percibes que el caballo con la campana está siempre mirando si el otro caballo lo acompaña y, algunas veces, se detiene así el otro puede alcanzarlo.

Y el caballo ciego se guía por el sonido de la campana confiando que el otro lo está llevando por el camino cierto. Como el dueño de esos dos caballos, Dios no se deshace de nosotros solo porque no somos perfectos, o porque tenemos problemas o desafíos. El cuida de nosotros y hace que otras personas vengan en nuestro auxilio cuando precisamos. Algunas veces somos el caballo ciego guiado por sonidos de campanas de aquellos que Dios coloca en nuestras vidas. Otras veces, somos el caballo que guía, ayudando a otros a encontrar su camino. Y así son los buenos amigos. Tú no necesitas verlos, pero ellos están allí. Por favor, oye mi campana. Yo oiré la tuya.

La palabra mágica
Cuenta una leyenda que el que acertara decir la palabra mágica, haría reír a la Esfinge del desierto, junto a las pirámides de Egipto, y sería inmensamente rico. Como es de suponer, lo intentaban todos, no lo conseguía nadie. Una noche, unos gitanos dormían bajo las mil estrellas de la noche africana. Habían fracasado en su intento de hacer reír a la Esfinge, pronunciando las más bellas palabras. Inútilmente. Una gitana dormía con su hijito junto a la misma Esfinge. Desde el río Nilo soplaba una brisa fresca. El pequeño tenía frío. Y buscando el abrigo del seno materno dijo: ¡"Madre, madre... tengo frío! Sus palabras fueron cortadas por un ruido estruendoso. La Esfinge había reído y de su boca dejaba escapar un caudal de monedas de oro. El pequeño había acertado con la palabra mágica: ¡Madre!

Por amor a su madre
Cierta noche como el rey Federico el Grande de Prusia no podía dormirse, llamó al guardia para que le trajera un libro. No habiendo recibido respuesta inmediata, se levantó muy molesto para dar un buen reto al soldado. Lo encontró profundamente dormido con la cabeza apoyada en la mesa. Ya iba a gritarle cuando sus ojos se detuvieron sobre una hoja que el joven estaba escribiendo al caer vencido por el sueño. El rey echó un vistazo al escrito. Era una carta que el guardia escribía a su madre, en la que se leía: “Madre, estoy ahora haciendo una guardia extraordinaria, a la puerta de la alcoba del mismo rey. La verdad es que estoy remplazando a un compañero para ganar un poco más de dinero que te enviaré con estos renglones. Pero me siento muy cansado y me está costando mantenerme completamente despierto para cumplir a perfección mi deber…” El rey se sintió tan conmovido que volvió sin hacer el menor ruido a su cuarto y regresó con un puñado de monedas de oro que dejó sobre el papel. Más tarde, aquel guardia llegó a ser un famoso militar, el general Zeithen.

Hermoso homenaje
El rosario es la oración que más agrada a la Virgen. En Lourdes y en Fátima ella misma lo enseñó y recomendó su difusión. Es un dulce coloquio con la Madre celestial para decirle que la amas. Mientras rezas las avemarías reflexiona sobre los episodios de la vida de Jesús y de la Virgen recordados por los misterios: está en ellos toda la historia de nuestra Salvación. Cuando lo veas oportuno, invita a los de tu casa a rezarlo contigo: es el homenaje más hermoso que tu familia puede ofrecer a la Virgen. Lleva siempre contigo el Rosario y cuídalo con devoción. Es el arma más segura para vencer las tentaciones. El Rosario es la oración más poderosa para alcanzar de Dios la conversión de los pecadores, la paz de las familias y del mundo, y el triunfo del Reino de Dios en los corazones.

Cómo arreglar al mundo
Cierto día un niño de cinco años entró en la oficina de su papá, entregado al estudio. Un poco fastidiado, pidió a su hijito que fuese a jugar a otro lado. Viendo que era imposible sacarlo, pensó en algo que pudiera ocuparlo. En una revista había un mapamundi, justo lo que precisaba. Recortó el mapa en varios pedazos y le dijo: "como te gustan los rompecabezas, aquí tienes un mapa para que lo armes sin ayuda de nadie". No había pasado una hora, cuando el niño lo llamó: "Papá, papá, conseguí terminarlo”. Al principio el padre no creyó a su hijo. Desconfiado fue a verlo y, con gran sorpresa vio que el mapa estaba completo. Todo estaba en su debido lugar. –Pero hijito, ¿cómo lo lograste? -Papá, cuando sacaste el mapa de la revista, vi que del otro lado estaba la figura de un hombre. Di vuelta los recortes y comencé a recomponer al hombre. Cuando conseguí armar al hombre, di vuelta la hoja y vi que había puesto en orden al mundo.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Hoja formativa Nº 105, septiembre 2010
Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
CÓRDOBA - Argentina
mail@capillaconsolacion.com.ar

                             Los animales y el hombre
Siendo veterinario, fui llamado para examinar a un perro de 10 años de edad llamado Belker. Los dueños del perro: Carlos, su esposa Lisa y su pequeño José, estaban muy apegados a Belker, y esperaban de mí un milagro. Examiné a Belker y descubrí que estaba muriendo de cáncer. Dije a su familia que no podíamos hacer ya nada por Belker, y me ofrecí para llevar a cabo el procedimiento de eutanasia en su casa. Carlos y Lisa dijeron que sería buena idea que el niño de 6 años, José, observara el suceso, ya que podría aprender algo de la experiencia.
Al día siguiente, sentí la familiar sensación en mi garganta cuando Belker fue rodeado por la familia. José se veía tranquilo, acariciaba al perro por última vez, y yo me preguntaba si él comprendía lo que estaba pasando. En unos cuantos minutos Belker se quedó dormido pacíficamente para ya no despertar. El pequeño niño pareció aceptar la transición de Belker sin ninguna dificultad o confusión. Nos sentamos todos por un momento preguntándonos porqué la vida de las mascotas sea más corta que la de los humanos.

José, que escuchaba atentamente, dijo: “Yo sé por qué”. Sorprendidos, todos volvimos la vista hacia él. Lo que dijo a continuación me maravilló: nunca he escuchado una explicación más reconfortante que ésta. Dijo: “La gente viene al mundo para aprender cómo vivir una buena vida --cómo amar a los demás todo el tiempo y ser buenas personas–, ¿verdad?” El niño de 6 años continuó: “Bueno, como los perros ya saben cómo hacer todo eso, pues no tienen que quedarse por tanto tiempo como nosotros”.
En efecto –pensé– viven sencillamente. Aman generosamente. Quieren profundamente. Se relacionan amablemente. Recuerda, si un perro fuera tu maestro, aprenderías cosas como: Cuando tus seres queridos llegan a casa, siempre corre a saludarlos. Deja que la experiencia del aire fresco y del viento en tu cara sea de puro éxtasis. Corre, brinca y juega cada día. Mejora tus atenciones con los demás, y deja que la gente te festeje. Evita morder, cuando un simple gruñido sea suficiente. Cuando alguien tenga un mal día, quédate en silencio, siéntate cerca y con suavidad hazle sentir que estás allí con él.

Oración del joven
Señor, yo te ofrezco estos cielos nuevos
que me atraen y hacia los que tú me llamas.
A ejemplo tuyo, quiero vivir,
no para ser servido, sino para servir.
Estoy dispuesto a realizar
en el día de mañana el programa de caridad
que trajiste al mundo: “Ámense unos a otros...
Lo que hacen al más pequeño de los míos,
lo hacen conmigo”. Señor, el mundo
está enfermo, porque se ha apartado de ti;
los hombres viven tristes,
porque no te han hallado a ti
que eres la vida, la verdad y la paz.
Señor, ayúdame a darte a conocer mejor,
para que te amen, en cualquier ambiente
en que me coloques el día de mañana.

Comenzar de nuevo
Las grandes industrias Edison, de West Orange, en Nueva Jersey, quedaron casi destruidas en un incendio en 1914. En una sola noche Tomás Edison había perdido dos millones de dólares (de entonces) en equipos y las llamas habían consumido gran parte de los documentos referen-tes a la obra de toda su vida.
Su hijo Carlos corría angustiado buscando al padre. Al fin lo encontró junto al lugar del desastre, el rostro iluminado por el resplandor rojizo de las llamas, con su cabellera blanca flotando al viento invernal. “Me partía el corazón verlo —contaba después Carlos—. Ya no era joven, y todo aquello iba a quedar reducido a cenizas. Al verme me gritó”: —¿Dónde está tu madre? Corre a buscarla y tráela aquí. Jamás volverá a ver un espectáculo semejante.
Al día siguiente, caminando entre los ennegrecidos escombros de tantas de sus ilusiones y esperanzas, Edison, que contaba entonces 67 años de edad, observó: —Los desastres tienen un gran valor: se queman todos nuestros errores. Gracias a Dios podemos comenzar de nuevo.

Tiempo de preparación
Algo muy curioso sucede al bambú japonés. Siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable; en realidad no pasa nada durante siete años. Un cultivador inexperto pensará que las semillas eran infértiles. Sin embargo, durante el séptimo año en un período de tan solo seis semanas la planta de bambú crece hasta treinta metros.
¿Tardó solo seis semanas en crecer? No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse. Durante esos años de aparente inactividad el bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.
La única diferencia entre el adulto fracasado y el que ha tenido éxito está en la diferencia de sus hábitos. Los buenos hábitos son la clave de todo éxito. Por lo tanto valoriza el tiempo de formación, tiempo de espera fructuosa en que pones la base de tu futuro.

Negocio nuevo en la plaza
Anoche tuve un sueño raro. En la plaza mayor de la ciudad habían abierto un negocio nuevo. El cartel decía: "Regalos de Dios". Entré: un Ángel atendía a los clientes. Yo, asombrado, le pregunté: —¿Qué es lo que vendes, ángel del Señor? —Ofrezco cualquier don de Dios. —¿Cobras muy caro? —No, los dones de Dios son gratis.
Miré los grandes estantes; estaban llenos de ánforas de amor, frascos de fe, bultos de esperanza, cajas de salvación y muchas cosas más. Yo tenía gran necesidad de todas aquellas cosas. Cobré valor y le dije al Ángel: —Dame, por favor, bastante amor a Dios; dame perdón de Dios; un bulto de esperanza, un frasco de fe y una caja de salvación. Mucho me sorprendí cuando observé que el Ángel, de todo lo que yo le había pedido, me había hecho un solo paquete; y el paquete allí estaba en el mostrador, un paquete tan pequeño como el tamaño de mi corazón.
—¿Será posible, esto es todo? —pregunté. El Ángel me explicó: —Es todo, Dios nunca da frutos maduros; él sólo da pequeñas semillas, que cada uno debe cultivar.

domingo, 1 de agosto de 2010


Hoja formativa Nº 104, agosto 2010
Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
CÓRDOBA - Argentina

Un vaso de leche caliente
Un día, un muchacho pobre que vendía mercancías de puerta en puerta para pagar sus estudios, encontró que sólo le quedaba una simple moneda de diez centavos, y tenía hambre. Decidió que pediría comida en la próxima casa. Sin embargo, sus nervios lo traicionaron cuando una encantadora mujer joven le abrió la puerta. En lugar de comida pidió un vaso de agua. Ella pensó que el joven parecía hambriento, así que le trajo un gran vaso de leche. Él lo bebió despacio, y entonces le preguntó, "¿Cuánto le debo?” "No me debes nada," contestó ella. "Mi madre siempre nos ha enseñado a nunca aceptar pago por una caridad". Él dijo: "Entonces, te lo agradezco de todo corazón."

Cuando Howard Kelly se fue de la casa, no sólo se sintió físicamente más fuerte, si no que también su fe en Dios y en los hombres era más fuerte. Él había estado a punto de rendirse y dejar todo. Años después esa joven mujer enfermó gravemente. Los doctores locales estaban confundidos. Finalmente la enviaron a la gran ciudad, donde llamaron a especialistas para estudiar su rara enfermedad. Se llamó al Dr. Howard Kelly para consultarle.

Cuando oyó el nombre del pueblo de donde ella vino, una extraña luz llenó sus ojos. Inmediatamente subió del vestíbulo del hospital a su cuarto. Vestido con su bata de doctor entró a verla. La reconoció en seguida. Regresó al cuarto de trabajo decidido a hacer lo imposible para salvar su vida. Desde ese día prestó atención especial al caso. Después de una larga lucha, ganó la batalla. El Dr. Kelly pidió a la administración del hospital que le enviaran la factura total de los gastos para aprobarla. Él la revisó y entonces escribió algo en el borde y envió la factura al cuarto de la paciente. Ella temía abrirla, porque sabía que le tomaría el resto de su vida pagar todos los gastos.

Finalmente la abrió, y algo llamo su atención en el borde de la factura. Leyó estas palabras: "Pagado por completo hace muchos años con un vaso de leche caliente”, (firmado) Dr. Howard Kelly. Lágrimas de alegría inundaron sus ojos y llena de felicidad oró así: "Gracias, Dios mío, porque tu amor se ha manifestado en las manos y los corazones humanos”.

Cosecha salvada
En 1864 Don Bosco predicó el triduo de la Asunción en Montemagno, pueblo de tres mil habitantes. Por una prolongada sequía se estaban perdiendo las cosechas. —Si vienen al sermón –dijo el Santo– estos tres días y hacen una buena confesión y comunión general el día de la Asunción, yo les prometo en nombre de la Virgen que una abundante lluvia salvará la cosecha. A la gente le impresionó el sermón, y acudieron al triduo, confesando, mientras los pueblos limítrofes se burlaban.
El día de la Asunción amaneció sin una nube. Comunión general impresionante. Por la tarde se cantaron salmos en tanto que el cielo seguía limpio. Algunos pensaron que no se cumplió la promesa de Don Bosco. —Que empiece el Magníficat –dijo Don Bosco– ¡Fe en la Virgen! Antes de acabar la función religiosa la lluvia repiqueteaba ya en las ventanas y techos; era una lluvia mansa, pero abundante y prolongada, que salvó la cosecha en Montemagno.

Los ejemplos arrastran
“Las palabras mueven, los ejemplos arrastran”, dice el refrán. Estos dichos populares son expresión de esa sabiduría que tiene el aval de la experiencia cotidiana. Son irrefutables. Y es la pura verdad que más que las palabras lo que mueve y conmueve a grandes y pequeños son los ejemplos que vemos. Y tanto para el mal como para el bien. He aquí una anécdota.

—¡Baja de ahí, sinvergüenza, y dime tu nombre! – le gritó el propietario a un niñito que estaba subido en un árbol robándole las manzanas. —¿Para qué quiere saber mi nombre? —Para llamar a tu padre y decírselo. —Pues búsquelo en la copa de aquel manzano...

No puedes escribir con una mano y borrar con la otra. Sólo es posible la educación verdadera con la coherencia total. Por ejemplo, ¿puede un padre o una madre orientar por el camino de la sinceridad a sus hijos, cuando manda responder a quien pregunta por teléfono: “decile que no estoy”?

Como juegan los niños
Hay personas pobres que distribuyen sonrisas. Existen personas que sufren pero nos comunican alegría. Por allí van personas incomprendidas que saben comprendernos. Yo conozco personas que fueron ofendidas y supieron perdonar. Yo conozco todas esas personas… y su secreto es amar.

En un parque, una mujer ve a dos niños peleando. Uno de ellos le dice al otro: —Te odio. No quiero volver a jugar contigo. Durante dos o tres minutos, los niños juegan por su cuenta, y luego reinician el juego uno con el otro. La mujer que observa la escena, le dice a una señora que tejía, sentada a su lado: —¿Cómo hacen los niños eso? ¿Estar furiosos un instante, y un momento después juntos otra vez? —Es fácil. Prefieren la felicidad a la intransigencia, —respondió la vecina.

Vivir el amor cristiano no es fácil… Pero cuando el amor de Dios nos invade podemos “perdonar, soportar y esperar sin límites”. Amigo/a, pasa por el mundo desparramando gotitas de amor.

Vive generosamente
Dios mío, mira mi corazón. Tú sabes que a veces me falta generosidad, sensibilidad frente al mal ajeno, y a veces estoy demasiado pendiente de mí mismo. Otras veces me desanimo porque no recibo elogios o no veo los frutos de mis esfuerzos. Dame un corazón más generoso, para que realmente me interese la felicidad de la gente, para que de verdad me duelan los problemas ajenos, y no solamente los míos. Tómame, Señor, una vez más. Convénceme de que es mejor entregarse generosamente que desgastarse en los lamentos. Utilízame, Dios mío, para derramar tu poder y tu luz en el mundo. Así seré feliz en tu servicio. Amén.

Cada día puedes ser generoso en acciones pequeñas. El corazón se irá abriendo poco a poco, y descubrirás que creces cada vez más en alegría y paz, fortaleza y seguridad. Practicar la generosidad ejercita el corazón: cuanto más se da, más se fortalece. Jesús dijo: “Es más feliz el que da que el que recibe”. Que seas instrumento de la bondad de Dios.

domingo, 11 de julio de 2010

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Hoja formativa Nº 103, julio 2010
Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
CÓRDOBA - Argentina

Dame serenidad, Señor...
Suaviza los latidos de mi corazón, apacigua mi mente. Tranquiliza mi paso apresurado dándome una visión de la eterna trascendencia de mi tiempo. Dame, en medio de la confusión del día, la calma de las colinas eternas. Afloja las tensiones de mis nervios y músculos con la música del canto de los arroyos que viven en mi memoria. Ayúdame a conocer el poder mágico y restaurador del sueño. Enséñame el arte de tomarme vaca-ciones instantáneas, deteniéndome a mirar una flor, charlar con un amigo, leer unas líneas de un buen libro. Dame calma, Señor, e inspírame para hacer que mis raíces penetren profundamente en el suelo de los valores perdurables de la vida y así pueda crecer hacia las estrellas de mis más altas aspiraciones.

Casa: excepcional oferta
Cierto día un señor se encontró en la calle con un gran amigo suyo, que era un buen poeta, y le dijo: —Necesito vender mi casa. Tú la conoces muy bien. ¿Podrías redactar un aviso para el diario? El poeta tomó lápiz y papel, y escribió: "Se vende encantadora propiedad, donde gorjean los pájaros al amanecer en los árboles del parque, rodeado por las cristalinas aguas de un lindo riachuelo. La casa, por las tardes, bañada por el sol poniente, ofrece la sombra tranquila de una amplia terraza". Meses después, el poeta encontró al señor, y le preguntó si ya había vendido su casa. —No pensé más en eso -dijo el hombre-. Después de leer el aviso, me di cuenta de la maravilla que tenía. Una persona, sin ser poeta, puede ser creativa e imaginativa, si tiene ideas nuevas. Ahora bien, las ideas nuevas son la rueda del progreso. Sin ellas reinaría el estancamiento en todos los órdenes. Por eso la habilidad para generar buenas ideas es esencial para alcanzar el éxito, sea cual sea tu profesión o tarea. Cultívala.
Barco en peligro
En cierta ocasión se desató una tempestad en alta mar. Parecía que la nave iba a naufragar. Toda la tripulación y los pasajeros aterrorizados corrían de un lugar a otro sin saber qué hacer. Mientras tanto, en uno de los camarotes dormía un niño de siete años, hijo del capitán. Uno de los tripulantes lo fue a despertar inmediatamente. Cuando el chico se dio cuenta de lo que sucedía, preguntó: ¿y en manos de quién está ahora el timón? El barco está en manos de tu padre, respondió el marinero. Entonces, no tengo por qué preocuparme, el sabe bien qué hacer, dijo confiadamente el niño y siguió durmiendo. Confiar en Dios, es depositar toda nuestra fe en él. Dejarle el cuidado de tus cosas. Permitirle disponer de tu futuro, porque sabes que te ama más que tú mismo. Reposar en él “como un niño en brazos de su madre” (Salmo 131). Y confiar sobre todo en las pruebas, cuando las cosas resultan duras e incomprensibles.

Cachorritos en venta
El dueño de un negocio estaba colocando un anuncio en la puerta que decía: "Cachorritos en venta". Esa clase de anuncios siempre atraen a los niños, y pronto un niñito apareció en la tienda preguntando: "¿Cuál es el precio de los perritos?" El dueño contestó: "son $300".
El niñito metió la mano en su bolsillo y sacó unas monedas: "Sólo tengo $20, ¿puedo verlos?". El hombre sonrió y silbó. Detrás del negocio salió una perra corriendo seguida por cinco perritos. Uno de los perritos estaba quedándose considerablemente atrás.

El niñito enseguida señaló al perrito rezagado que rengueaba. "¿Qué le pasa a ese perrito?", preguntó. El hombre le explicó que cuando el perrito nació, el veterinario le dijo que tenía una cadera defectuosa y que sería rengo por el resto de su vida. El niñito se emocionó mucho y exclamó: "¡Ése es el perrito que yo quiero comprar!" Y el hombre replicó: "No, tú no vas a comprar ese cachorro, si tú realmente lo quieres, yo te lo regalo". Sigue al otro lado.

Y el niñito se disgustó, y mirando directo a los ojos del hombre le dijo: "Yo no quiero que usted me lo regale. Él vale tanto como los otros perritos y yo le pagaré el precio completo. De hecho, le voy a dar mis $20, y $5.cada mes hasta que lo haya pagado por completo". El hombre contestó: "Tú, en verdad, no querrás comprar ese perrito, hijo. El nunca será capaz de correr, saltar y jugar como los otros perritos".
El niñito se agachó y se levantó la pierna de su pantalón para mostrar su pierna izquierda, cruelmente retorcida e inutilizada, soportada por un gran aparato de metal. Miró de nuevo al hombre y le dijo: "Bueno, yo no puedo correr muy bien tampoco y el perrito necesitará a alguien que lo entienda".

El hombre estaba ahora mordiéndose el labio y sus ojos se llenaron de lágrimas... sonrió y dijo: "Hijo, sólo espero y rezo para que cada uno de estos tenga un dueño como tú." En la vida no importa quién eres, sino que alguien te aprecie por lo que eres, y te acepte y te ame incondicionalmente.


Cómo ganar amigos
Respetar las opiniones del otro es una de las mayores virtudes que un ser humano puede tener. Las personas son diferentes, por lo tanto piensan y actúan de modo diferente. No juz-gues, tan sólo comprende. Alguien escribió con acierto: "Comprender es una palabra viva y la carne de esa palabra es amor”. El presidente de los EE.UU, Abraham Lincoln, era famoso por la extrema cortesía que dispensaba a sus adversarios políticos. La con-ducta del presidente no siempre era compartida por sus propios ministros. Uno de ellos, un día, le dijo fastidiado: ¿Por qué los tratas como si fueran tus amigos? ¡Merecerían más bien que los eliminaras! "Es lo que hago" respondió Lincoln. "¿Acaso no elimino a un enemigo cada vez que lo convierto en amigo?”“Urbanidad y buenos modales abren puertas principales”, dice el refrán. La convivencia hu-mana se hace más fácil y agradable si, además de la sinceridad y sencillez del trato, procu-ramos no molestar con modales o expresiones que hieren la sensibilidad de los demás. Una persona afable, serena, respetuosa es bien recibida por todos.

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Hoja formativa Nº 102, junio 2010
Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
CÓRDOBA - Argentina


Ayudar a los demás
Los periodistas de un canal de televisión estaban en un restaurante céntrico, cubriendo una noticia... cuando, a través de un cristal polarizado que no permitía ver desde el exterior, observaron y filmaron una escena que han venido repitiendo continuamente, tratando de sacudirnos el alma para sembrar el mensaje. La temperatura era como de 5° grados, a las 10 de la mañana aproximadamente. En la acera, por una rejilla de ventilación, brotaba aire caliente del sistema de calefacción de un hotel. De pie sobre la rejilla, una mujer indigente, afectada en sus facultades mentales, trataba de mitigar el frío con el aire caliente.

En eso, un joven se acerca a ella, se quita la campera quedando en mangas de camisa, le pone la campara a la señora, le cierra cremallera, le indica que recoja un bolso que tenía la señora a su lado y se aleja, envolviéndose con una larga bufanda clara. A su alrededor, la gente pasaba indiferente, sin notar lo que sucedía... Este hecho ha causado un revuelo inesperado. Los periodistas trataron de hablar con el joven, pero éste se escabulló, después de dar un nombre falso. La historia podría haber terminado ahí, en un benefactor anónimo... sin embargo, la gente empezó a llamar a la televisora, algunos dando datos del joven en cuestión, otros informando casos de benefactores, ángeles silenciosos que Dios guía para ayudar a quien lo necesita.

Dos días después el bienhechor anónimo aceptó ser entrevistado. Resultó ser un joven de 27 años, desempleado, soltero, que vive con su madre y cuyo padre falleció hace año y medio. La campera era de su papá, pero se desprendió de ella porque pensó que el mejor uso que podía darle era ése, ayudar a quien no tenía abrigo. Su madre lo convenció de salir en la televisión, sugiriendo que tal vez ésa era la manera en que Dios quería ayudarlo para que consiguiera trabajo. Cuando le preguntaron, ¿por qué lo hiciste?, sólo respondió: Toda mi vida he estado rodeado de amor, quizá demasiado, sólo compartí un poquito de lo mucho que he recibido. - Y, ¿qué sentías cuando te alejabas de ahí? - Sólo felicidad; el aire frío que me calaba me hizo sentir alegre, pues yo lo sentía en vez de esa pobre mujer...

Qué gran lección nos dio ese joven a muchos que como él estamos desempleados, con riesgo de tener dificultades económicas y que, al contrario que él, sólo pensamos en solucionar nuestros problemas sin pensar en los demás. Está de más decir que ahora hay varias empresas que solicitaron hablar con el joven ofreciéndole un empleo, basándose en el hecho irrefutable de que donde hay valores hay honestidad, y un empleado con la calidad moral de él sólo puede traer beneficios a la empresa. Amigo/a, a ayudar a los demás, eso es lo que Él nos enseñó, ¿cuándo fue que perdimos el Camino?

Diógenes de Atenas
Diógenes, filósofo griego, reflexionó sobre la vida recta y fue implacable en señalar los vicios de su pueblo. Por ejemplo, nunca se cansó de comparar la vida decadente de Atenas, ciudad en la que pasó la mayor parte de su vida, con la simplicidad y austeridad de Esparta. Un día un ateniense lo interrumpió en su discurso y le dijo con ironía: “Si piensas que Esparta es tan maravillosa y Atenas tan despreciable, ¿por qué no dejas Atenas y te vas a Esparta?”. Sin inmutarse, con todo aplomo replicó el filósofo: “No importa lo que yo pueda preferir, mi obligación es quedarme en el lugar donde los hombres me necesitan más”.
A los fariseos que lo criticaban porque comía con publicanos y pecadores, Jesús les dijo: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido para los justos sino para los pecadores”.

La aguja de oro
Había una señora que desconfiaba mucho de todas las personas, siempre estaba sospechando y culpándolas por cualquier cosa, de modo que llegó a vivir aislada de todo el mundo, a excepción de una muchachita que la ayudaba en sus quehaceres. Una de las cosas que más quería esa señora era una aguja de oro con la que todas las tardes se entretenía cosiendo a la sombra de un árbol. Pero sucedió que un día, a pesar de que buscó por todas partes su apreciada aguja, no la encontró más. Sospechó de la jovencita y la acusó muy duramente de que ella era la que le había robado su aguja de oro. Y sin más la despidió. Pasados unos meses, un día por la tarde la señora salió al patio y le llamó la atención en el árbol un lindo nido. Subió sobre una silla para ver los pichoncitos y, ¡oh sorpresa!, encontró que su aguja de oro había estado ahí todo el tiempo. La desconfiada señora se sintió muy mal por haber despedido a la única persona que en verdad la cuidaba y quería.

Jesús en la familia
Corazón de Jesús, que has manifestado a santa Margarita María el deseo de reinar en las familias cristianas, nosotros hoy te proclamamos rey y señor de nuestra familia. Tú eres el único maestro del verdadero amor. Haz que aprendamos de ti cómo se ama, entregándonos a los otros, perdonando y sirviendo a todos con generosidad y con humildad, sin pretender recompensas. Jesús, tú que has sufrido para hacernos felices, cuida la felicidad de nuestra familia; en las horas alegres y en las dificultades, que tu Corazón sea la fuente de nuestro consuelo. Corazón de Jesús, llévanos a ti y transfórmanos; danos las riquezas de tu amor infinito, quema en él todas las imperfecciones y nuestra infidelidad, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad. Te pedimos, en fin, que después de haberte amado y servido en este mundo, nos reúnas en la felicidad eterna de tu reino. Amén.
La rana y el mar
He aquí una rana que había vivido siempre en un mísero y estrecho pozo, donde había nacido y habría de morir. Pasó cerca de allí otra rana que había vivido siempre junto al mar. Tropezó y se cayó en el pozo. -¿De dónde vienes? –preguntó la rana del pozo. -Del mar. -¿Es grande el mar? -Extraordinariamente grande, inmenso. La rana del pozo se quedó unos momentos muy pensativa y luego preguntó: -¿Es el mar tan grande como mi pozo? -¿Cómo puedes comparar tu pozo con el mar? Te digo que el mar es excepcionalmente grande, descomunal. Pero la rana del pozo, fuera de sí por la ira, gritó: -Mentira, no puede haber nada más grande que mi pozo; ¡nada! ¡Eres una mentirosa y ahora mismo te echaré de aquí.

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Hoja formativa Nº 101, mayo 2010
Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
Córdoba - Argentina


Accidente en la carretera
Una tarde, una pareja iba con su coche por la carretera, cuando de pronto vieron a lo lejos a una mujer en la mitad de la misma con los brazos en alto pidiendo que pararan. La esposa le dijo al marido que era mejor no detenerse, porque podía ser peligroso. Pero el esposo decidió pasar despacio, para no quedarse con la duda de saber qué es lo que sucedía...
Cuando iban acercándose, observaron que la mujer estaba golpeada en la cara y en los brazos; en ese momento decidieron pararse. La mujer les pidió ayuda, diciéndoles que habían tenido un accidente automovilístico y que su esposo y su hija, una recién nacida, estaban adentro del automóvil en el barranco. El esposo estaba muerto, pero la bebé se encontraba con vida. El señor decidió bajar a rescatar a la niña, y le pidió a la señora lastimada que se quedara con su esposa adentro del coche.
Él bajó y vio a dos personas adelante, en el auto, pero no le dio importancia. Sacó luego rápido a la bebé, y subió a llevársela a su madre. Cuando llegó a su coche no vio a la señora, así que le preguntó a su esposa en dónde estaba. La esposa le contestó que la señora se había ido enseguida detrás de él.
El señor decidió bajar de nuevo a buscarla al barranco. Allí pudo comprobar que las dos personas que estaban en los asientos de adelante estaban muertas, y eran un señor y una señora con los cinturones puestos. Y cuando se fijó mejor en el rostro de la señora, se dio cuenta de que era la misma que les pidió auxilio en la carretera.
¿No crees que fue un milagro de Dios? Actualmente la niña vive con sus familiares, y vivirá para contarlo. “El amor de Dios es como el mar, puedes ver su inicio, pero no su final”

Himno al Espíritu Santo
Ven, Espíritu Santo, luz y gozo,
Amor, que en tus incendios nos abrasas:
renueva el alma de este pueblo tuyo
que por mis labios canta tu alabanza.

En sus fatigas diarias, sé descanso;
en su lucha tenaz, vigor y gracia:
haz germinar la caridad del Padre,
que engendra flores y que quema zarzas.

Ven, Amor, que iluminas el camino,
compañero divino de las almas:
ven con tu viento a sacudir al mundo
y a abrir nuevos senderos de esperanza. Amén.

El soldado herido
El capellán se acercó al soldado herido, en medio del fragor de la batalla, y le preguntó: —¿Quieres que te lea la Biblia? —Primero dame agua, que tengo sed, dijo el herido. El capellán le convidó el último trago de su cantimplora, aún sabiendo que el agua distaba kilómetros. —¿Ahora, puedo leerte la palabra de Dios?, preguntó de nuevo. —Antes dame de comer, suplicó el herido. El capellán le dio el último mendrugo de pan que guardaba en su mochila. —Tengo frío, fue el siguiente clamor, y el hombre de Dios se despojó de su abrigo de campaña, pese al frío que le calaba los huesos, y cubrió al lesionado. —Ahora sí, le dijo al capellán. Habla de ese Dios que te hizo darme tu último trago de agua, tu mendrugo y tu único abrigo. Quiero conocerlo.

Avivar la llama interior
Cuentan que un rey muy rico de la India, tenía fama de ser indiferente a las riquezas y cultivar una profunda religiosidad. Movido por la curiosidad, un súbdito quiso averiguar el secreto del soberano. ”Majestad, —le preguntó en la audiencia—, ¿cómo hace para cultivar la vida espiritual en medio de tanta riqueza?” El rey le dijo: "Te lo revelaré si recorres mi palacio para apreciar mis riquezas. Pero, llevarás una vela encendida. Si se apaga, te haré decapitar". Concluido el paseo, el rey le preguntó: “¿Qué piensas de mis riquezas?" La persona respondió: "No vi nada. Sólo me preocupé de que la llama no se apagara". El rey le dijo: "Ése es mi secreto. Estoy tan ocupado tratando de cuidar y avivar mi llama interior, que no me interesan las riquezas”. Jesús dijo: “No pueden servir a dos señores: a Dios y al dinero”.

Pedaleando cuesta arriba
Aquel día estaba sentado junto a un camino que conducía a lo alto de una colina. Observé a un muchacho montado en bicicleta que se esforzaba en subir por la cuesta teniendo incluso el viento en contra. El esfuerzo que tenia que hacer era tremendo. Cuando estaba más fatigado apareció un ómnibus que subía la colina. Su marcha no era muy acelerada y el joven pudo agarrarse con una mano de los barrotes para subir en la parte de atrás. Puedes imaginarte lo que sucedió. El muchacho subió la cuesta a las mil maravillas. Cuántas veces tú también estás pedaleando cuesta arriba contra toda clase de oposiciones y te encuentras extenuado por el esfuerzo. Recuerda que tienes a mano un poder disponible, la energía que te da confiar en Dios. Ora así: “El Señor es mi fuerza y mi poder, confiaré y no temeré”. El transformará tu debilidad en fortaleza y tu cansancio en renovado vigor.

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Hoja formativa Nº100, abril 2010
Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
Córdoba


El picapedrero descontento
Estaba un picapedrero cortando adoquines de una gran piedra, y cavilaba sobre la monotonía de su vida, cuando pasó, acompañado de un brillante cortejo, el Emperador en persona. Iba sentado en un elefante con dosel de oro, rodeado de ministros, soldados y cortesanos. El picapedrero quedó maravillado y exclamó, por lo bajo: —¡Quién fuera Emperador! En el mismo instante se vio transformado en Emperador. Era él el que estaba sentado bajo el dosel de oro, era señor de los hombres, y a un gesto suyo se inclinaban al suelo ministros y soldados.
Un día en una parada el sol calentaba con calor excesivo y el Emperador se enjugaba en vano su frente; se puso de mal humor porque veía que el sol era más poderoso que él y exclamó enfadado: —¡Quién fuera sol! En el mismo instante quedó transformado en sol. Estaba a sus anchas nadando en la bóveda celeste, y despedía tanto calor que los hombres y los animales iban jadeantes y se quemaba la hierba, y se agostaban las flores.
Esto divertía mucho al sol. Pero de repente una nube densa y negra púsose ante él. El sol lanzaba su calor, pero en vano. Los rayos no podían rasgar el tejido de la nube. Saltó de ira. y gritó: —¡Quién fuera nube! Y fue transformado en nube. Con desenfrenada furia dejaba caer sus aguas sobre la tierra: los arroyuelos y los ríos se hincharon; la corriente arrastraba las casas; los hombres se ahogaban; pero un gigantesco peñasco se mantenía inconmovible y desafiante en su puesto.
La nube exclamó con rabia: —¡Quién fuera peñasco! Y en peñasco se convirtió. Ya estaba satisfecho. Con orgullo seguía en su puesto y no le dañaba el ardor del sol ni la lluvia de la nube. Pero un día llegó el hombre y clavó un agudo pico en el seno del peñasco. Aquel hombre era más poderoso que él y exclamó: —¡Quién fuera picapedrero! Y en aquel momento se vio otra vez picapedrero, y quedó convencido de que lo mejor para vivir feliz, es contentarse con la propia suerte, sin envidiar a los demás.

Oración de las cosas
Señor, ayúdame a encontrarte más cada día por el sendero de las cosas. Dame ese sentido delicado que permite amar sabiamente a todas tus criaturas, comprenderlas y aceptar sus dulces y fuertes lecciones. Puesto que tú, Verbo de Dios, quisiste hacerte hombre, para parecerme a ti no tendré que ser menos hombre, sino más y más divinamente hombre.
Con la santa sencillez cristiana, querría pasear mi oración contigo, Señor, por todas las cosas de este mundo que es tuyo. Y en ellas te encontraré; porque no es demasiado difícil saber dónde estás; lo imposible es saber dónde no estás. Me acostumbraré a mirar con admiración, interés y agradecimiento el bosque y los trigos ondulados.
Escucharé el murmullo del arroyo y el canto del zorzal. Sentiré la frescura de la tierra recién arada y el perfume de los campos. Tocaré delicadamente la rosa que se abre y el fruto que madura. Aguzaré mis sentidos por la experiencia y la observación, para llegar también por ellos hasta ti, Creador del universo.

Comparte tus dones
Si tienes un regalo, no lo ocultes. Si tienes una canción, cántala. Si tienes talento, ejercítalo. Si tienes amor, bríndalo. Si tienes tristeza, sopórtala. Si tienes felicidad, compártela. Si tienes religión, vive y obra según ella. Si tienes una oración, dila a los cielos. Si tienes una palabra dulce, no la retengas.
Porque: todos tenemos regalos que podemos dar. Todos tenemos canciones que podemos cantar. Todos tenemos palabras melodiosas que podemos decir. Todos tenemos plegarias que podemos orar. Todos tenemos amor y alegría que podemos dar. Todos tenemos una vida feliz por vivir. Repartamos por el mundo lo que Dios nos dio para compartir.

Un juicio muy especial
En un despiadado día de invierno, un anciano tembloroso fue llevado ante los tribunales. Se le acusaba de haber robado un pan. Al ser interrogado, el hombre explicó al juez que lo había hecho porque su familia estaba muriéndose de hambre.
—La ley exige que sea usted castigado —declaró el juez—. Tengo que exigirle una multa de 50 pesos. Al mismo tiempo metió la mano en su bolsillo y dijo:
—Aquí tiene usted el dinero para pagar su multa. Y además —prosiguió el juez—, impongo una multa de 10 pesos a cada uno de los presentes en esta sala, por vivir en una ciudad donde un hombre necesita robar para poder sobrevivir. Pasaron una bandeja por el público, y el pobre hombre, totalmente asombrado, abandonó la sala con 500 pesos en su bolsillo.

Valora las personas
Marco Antonio Mureto (1526-1585), huyendo de Francia para librarse de sus enemigos, se puso a recorrer Italia, llevando por un tiempo una vida insegura, como un mendigo cualquiera. Había sido un prestigioso profesor y estudioso humanista pero ahora, completamente pobre y desamparado, cayó un día enfermo de gravedad en una ciudad italiana. Lo llevaron a un hospital para pordioseros y gente sin familia.
Los médicos que lo atendieron estaban discutiendo su caso en latín, sin imaginar que el paciente pudiera entender, y sugirieron que, ya que se trataba de un vagabundo sin valor alguno, podrían usarlo para sus experimentos médicos. Él los miró y les contestó en perfecta lengua latina: “No digan nunca que no vale nada un hombre, quienquiera que sea, por el cual Cristo murió en la cruz”.

San Francisco paseando
En un día lleno de sol san Francisco de Asís invitó a un fraile joven a que lo acompañara a la ciudad para predicar. Se pusieron en camino y recorrieron las principales calles, devolviendo amistosamente el saludo a quienes se acercaban.
De vez en cuando se detenían para acariciar a un niño o para hablar con alguno. Durante todo el paseo san Francisco y el fraile mantuvieron entre ellos una animada conversación. Después de haber caminado durante un largo rato, el fraile joven pareció inquieto y le preguntó a san Francisco dónde y cuándo comenzarían su predicación.
—Hemos estado predicando desde que atravesamos las puertas del convento —le replicó el santo—, ¿no has visto cómo la gente observaba nuestra alegría y se sentía consolada con nuestros saludos y sonrisas? ¿No has advertido lo alegres que conversábamos entre nosotros, durante todo el paseo? Si estos no son unos pequeños sermones, ¿qué es lo que son?
Gracias por tu visita!!!