miércoles, 1 de septiembre de 2010

Hoja formativa Nº 105, septiembre 2010
Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
CÓRDOBA - Argentina
mail@capillaconsolacion.com.ar

                             Los animales y el hombre
Siendo veterinario, fui llamado para examinar a un perro de 10 años de edad llamado Belker. Los dueños del perro: Carlos, su esposa Lisa y su pequeño José, estaban muy apegados a Belker, y esperaban de mí un milagro. Examiné a Belker y descubrí que estaba muriendo de cáncer. Dije a su familia que no podíamos hacer ya nada por Belker, y me ofrecí para llevar a cabo el procedimiento de eutanasia en su casa. Carlos y Lisa dijeron que sería buena idea que el niño de 6 años, José, observara el suceso, ya que podría aprender algo de la experiencia.
Al día siguiente, sentí la familiar sensación en mi garganta cuando Belker fue rodeado por la familia. José se veía tranquilo, acariciaba al perro por última vez, y yo me preguntaba si él comprendía lo que estaba pasando. En unos cuantos minutos Belker se quedó dormido pacíficamente para ya no despertar. El pequeño niño pareció aceptar la transición de Belker sin ninguna dificultad o confusión. Nos sentamos todos por un momento preguntándonos porqué la vida de las mascotas sea más corta que la de los humanos.

José, que escuchaba atentamente, dijo: “Yo sé por qué”. Sorprendidos, todos volvimos la vista hacia él. Lo que dijo a continuación me maravilló: nunca he escuchado una explicación más reconfortante que ésta. Dijo: “La gente viene al mundo para aprender cómo vivir una buena vida --cómo amar a los demás todo el tiempo y ser buenas personas–, ¿verdad?” El niño de 6 años continuó: “Bueno, como los perros ya saben cómo hacer todo eso, pues no tienen que quedarse por tanto tiempo como nosotros”.
En efecto –pensé– viven sencillamente. Aman generosamente. Quieren profundamente. Se relacionan amablemente. Recuerda, si un perro fuera tu maestro, aprenderías cosas como: Cuando tus seres queridos llegan a casa, siempre corre a saludarlos. Deja que la experiencia del aire fresco y del viento en tu cara sea de puro éxtasis. Corre, brinca y juega cada día. Mejora tus atenciones con los demás, y deja que la gente te festeje. Evita morder, cuando un simple gruñido sea suficiente. Cuando alguien tenga un mal día, quédate en silencio, siéntate cerca y con suavidad hazle sentir que estás allí con él.

Oración del joven
Señor, yo te ofrezco estos cielos nuevos
que me atraen y hacia los que tú me llamas.
A ejemplo tuyo, quiero vivir,
no para ser servido, sino para servir.
Estoy dispuesto a realizar
en el día de mañana el programa de caridad
que trajiste al mundo: “Ámense unos a otros...
Lo que hacen al más pequeño de los míos,
lo hacen conmigo”. Señor, el mundo
está enfermo, porque se ha apartado de ti;
los hombres viven tristes,
porque no te han hallado a ti
que eres la vida, la verdad y la paz.
Señor, ayúdame a darte a conocer mejor,
para que te amen, en cualquier ambiente
en que me coloques el día de mañana.

Comenzar de nuevo
Las grandes industrias Edison, de West Orange, en Nueva Jersey, quedaron casi destruidas en un incendio en 1914. En una sola noche Tomás Edison había perdido dos millones de dólares (de entonces) en equipos y las llamas habían consumido gran parte de los documentos referen-tes a la obra de toda su vida.
Su hijo Carlos corría angustiado buscando al padre. Al fin lo encontró junto al lugar del desastre, el rostro iluminado por el resplandor rojizo de las llamas, con su cabellera blanca flotando al viento invernal. “Me partía el corazón verlo —contaba después Carlos—. Ya no era joven, y todo aquello iba a quedar reducido a cenizas. Al verme me gritó”: —¿Dónde está tu madre? Corre a buscarla y tráela aquí. Jamás volverá a ver un espectáculo semejante.
Al día siguiente, caminando entre los ennegrecidos escombros de tantas de sus ilusiones y esperanzas, Edison, que contaba entonces 67 años de edad, observó: —Los desastres tienen un gran valor: se queman todos nuestros errores. Gracias a Dios podemos comenzar de nuevo.

Tiempo de preparación
Algo muy curioso sucede al bambú japonés. Siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable; en realidad no pasa nada durante siete años. Un cultivador inexperto pensará que las semillas eran infértiles. Sin embargo, durante el séptimo año en un período de tan solo seis semanas la planta de bambú crece hasta treinta metros.
¿Tardó solo seis semanas en crecer? No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse. Durante esos años de aparente inactividad el bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.
La única diferencia entre el adulto fracasado y el que ha tenido éxito está en la diferencia de sus hábitos. Los buenos hábitos son la clave de todo éxito. Por lo tanto valoriza el tiempo de formación, tiempo de espera fructuosa en que pones la base de tu futuro.

Negocio nuevo en la plaza
Anoche tuve un sueño raro. En la plaza mayor de la ciudad habían abierto un negocio nuevo. El cartel decía: "Regalos de Dios". Entré: un Ángel atendía a los clientes. Yo, asombrado, le pregunté: —¿Qué es lo que vendes, ángel del Señor? —Ofrezco cualquier don de Dios. —¿Cobras muy caro? —No, los dones de Dios son gratis.
Miré los grandes estantes; estaban llenos de ánforas de amor, frascos de fe, bultos de esperanza, cajas de salvación y muchas cosas más. Yo tenía gran necesidad de todas aquellas cosas. Cobré valor y le dije al Ángel: —Dame, por favor, bastante amor a Dios; dame perdón de Dios; un bulto de esperanza, un frasco de fe y una caja de salvación. Mucho me sorprendí cuando observé que el Ángel, de todo lo que yo le había pedido, me había hecho un solo paquete; y el paquete allí estaba en el mostrador, un paquete tan pequeño como el tamaño de mi corazón.
—¿Será posible, esto es todo? —pregunté. El Ángel me explicó: —Es todo, Dios nunca da frutos maduros; él sólo da pequeñas semillas, que cada uno debe cultivar.
Gracias por tu visita!!!