domingo, 9 de octubre de 2011

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Hoja formativa Nº 118, octubre 2011

Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio

CÓRDOBA - Argentina

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¿A quién salvo?

Era la reunión del domingo por la noche de un grupo apostólico en una iglesia de la comunidad. Después que cantaron los himnos, el sacerdote de la iglesia se dirigió al grupo y presentó a un orador invitado; se trataba de uno de sus amigos de la infancia, ya entrado en años. Mientras todos lo seguían con la mirada, el anciano ocupó el ambón y comenzó a contar esta historia:

"Un hombre junto con su hijo y un amigo de su hijo estaban navegando en un velero a lo largo de la costa del Pacífico, cuando una tormenta les impidió volver a tierra firme. Las olas se encresparon tanto que el padre, a pesar de ser un marinero de experiencia, no pudo mantener a flote la embarcación, y las aguas del océano arrastraron a los tres".



Al decir esto, el anciano se detuvo un momento y miró a dos adolescentes que por primera vez desde que comenzó la plática estaban mostrando interés; y siguió narrando: "El padre logró agarrar una soga, pero luego tuvo que tomar la decisión más terrible de su vida: escoger a cuál de los dos muchachos tirarle el otro extremo de la soga. Tuvo sólo escasos segundos para decidirse. El padre sabía que su hijo era un buen cristiano, y también sabía que el amigo de su hijo no lo era. La agonía de la decisión era mucho mayor que los embates de las olas. Miró en dirección a su hijo y le gritó: ¡Te quiero, hijo mío!, y le tiró la soga al amigo de su hijo. En el tiempo que le tomó al amigo llegar hasta el velero volcado en campana, su hijo desapareció bajo los fuertes oleajes en la oscuridad de la noche. Jamás lograron encontrar su cuerpo".



Los dos adolescentes estaban escuchando con suma atención, atentos a las próximas palabras que pronunciaría el orador invitado. "El padre" -continuó el anciano- "sabía que su hijo pasaría la eternidad con Cristo, y no podía soportar el hecho de que el amigo de su hijo no estuviera preparado para encontrarse con Dios. Por eso sacrificó a su hijo. ¡Cuán grande es el amor de Dios que lo impulsó a hacer lo mismo por nosotros!". Dicho esto, el anciano volvió a sentarse, y hubo un tenso silencio.

Pocos minutos después de concluida la reunión, los dos adolescentes se encontraron con el anciano. Uno de ellos le dijo cortésmente: "Esa fue una historia bonita, pero a mí me cuesta trabajo creer que ese padre haya sacrificado la vida de su hijo con la ilusión de que el otro muchacho algún día decidiera seguir a Cristo". "Tienes toda la razón", le contestó el anciano mientras miraba su Biblia gastada por el uso. Y mientras sonreía, miró fijamente a los dos jóvenes y les dijo: "Pero esa historia me ayuda a comprender lo difícil que debió haber sido para Dios entregar a su Hijo por mí. A mí también me costaría trabajo creerlo, si no fuera porque el amigo de ese hijo era yo."



Ante la naturaleza

Padre, tú has creado este universo para que me ayude a conocerte mejor y a amarte mejor. Cada rayo de luz, cada flor, cada nuevo paisaje a la vuelta del camino es un mensajero oportuno que me invita, por senderos fáciles, a subir hasta ti. El rocío de la noche y el gallo que canta por la mañana, el viento que murmura al pasar y el pan sobre la mesa, todo me habla de tu bondad.

Pero me falta la atención del corazón para encontrarte en todas las cosas. Consérvame un alma vibrante, entusiasta, un alma joven, que no se canse de leer el poema de la Naturaleza. Ayúdame a encontrar bajo los colores y los sonidos tu pensamiento divino, como el lector encuentra, bajo las letras del libro, el pensamiento del autor.

¡Que la Naturaleza sea para mí un templo grandioso, donde cada detalle me revele tu gloria, tu poder y tu bondad!



Una antigua leyenda

Un niño que estaba por nacer, le dijo a Dios: — Me dicen que me vas a enviar mañana a la Tierra, pero ¿cómo viviré tan pequeño e indefenso como soy?

— Entre muchos ángeles elegí uno para ti, el te cuidará. Tu ángel te cantará y te dirá palabras dulces y tiernas. Y con mucha paciencia y cariño te enseñará a hablar. —Y, ¿qué haré cuando quiera hablar contigo?

—Tu ángel te juntará las manitas y te enseñará a orar. — He oído que en la Tierra hay hombres malos ¿quién me defenderá? —Tu ángel te defenderá aun a costa de su propia vida. —Pero estaré siempre triste porque no te veré más, Señor.

—Tu ángel te hablará de mí y te enseñará el camino para que regreses a mi presencia, aunque yo siempre estaré a tu lado. En ese instante, ya se oían voces, y el niño presuroso, repetía angustiado. — Dios mío, si ya me voy, dime ¿cómo se llama mi ángel?

—Su nombre no importa, tú la llamarás “¡mamá!”.



Ejemplo de amor

Cierto día, una gigantesca águila de Escocia arrebató de su madre a un bebé dormido. Enseguida, toda la gente de la aldea se movilizó para ofrecer su ayuda. Pero el águila no tardó en posarse sobre un elevado despeñadero, por lo que todos temieron por la suerte de la criatura.

Un marino intentó ascender, pero se vio obligado a desistir de su empeño. Luego, trató de subir un robusto montañés, acostumbrado a escalar los cerros de la región. Pero su esfuerzo fue en vano. Por fin, se adelantó una humilde campesina, quien fue afirmando sus pies en una saliente tras otra de la roca, hasta llegar a la cumbre del despeñadero. Mientras temblaban los corazones de los observadores, la mujer descendió paso a paso, hasta que, en medio de los gritos de los aldeanos, regresó con el bebé junto a su pecho.



¿Por qué esa mujer tuvo éxito donde el fuerte marino y el experimentado montañés habían fracasado? Porque ella tenía un gran amor hacia la criatura. ¡Era su madre! Su amor maternal la había llevado a arriesgar su vida, con tal de salvar a su pequeño hijo.



Cariño maternal

Ven para acá, me dijo dulcemente

mi madre cierto día,

–aún parece que escucho en el ambiente,

de su voz la celeste melodía–.



Ven y dime qué causas tan extrañas

te arrancan esa lágrima, hijo mío,

que cuelga de tus trémulas pestañas

como gota cuajada de rocío.



Tú tienes una pena y me la ocultas.

¿No sabes que la madre más sencilla

sabe leer en el alma de sus hijos

como tú en la cartilla?



¿Quieres que te adivine lo que sientes?

Ven acá, pilluelo,

que con un par de besos en la frente

disiparé las nubes de tu cielo.



Yo prorrumpí a llorar. Nada, le dije.

Las causas de mis lágrimas ignoro.

pero de vez en cuando

se me oprime el corazón lloro.



Ella inclinó la frente pensativa,

se turbó su pupila,

y enjugando sus ojos y los míos,

me dijo más tranquila:



Llama siempre a tu madre cuando sufras,

que vendrá, muerta o viva,

si está en el mundo, a compartir tus penas

y si no, a consolarte desde arriba. Olegario V. Andrade
Gracias por tu visita!!!