jueves, 10 de mayo de 2012

Compartir Nº 125  Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
Córdoba - Argentina


Las tres pipas

Una vez, un miembro de la tribu se presentó furioso ante su jefe para
informarle que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido gravemente. ¡Quería ir inmediatamente y matarlo sin
piedad! El jefe lo escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a
hacer lo que tenía pensado, pero antes de hacerlo, llenara su pipa de
tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo.
El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol.
Tardó una hora en terminar la pipa. Luego, sacudió las cenizas y
decidió volver a hablar con el jefe para decirle que lo había pensado
mejor, que era excesivo matar a su enemigo, pero que sí le daría una
paliza memorable para que nunca se olvidara de la ofensa. Nuevamente,
el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que, ya que
había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla
al mismo lugar. También esta vez el hombre cumplió su encargo y pasó
media hora meditando.

Después, regresó a donde estaba el cacique y le dijo que consideraba
excesivo castigar físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en
cara su mala acción y le haría pasar vergüenza delante de todos. Como
siempre, fue escuchado con bondad, pero el anciano volvió a ordenarle
que repitiera su meditación como lo había hecho las veces anteriores.
El hombre, medio molesto, pero ya mucho más sereno, se dirigió al
árbol centenario, y allí sentado, fue convirtiendo en humo su tabaco y
su encono. Cuando terminó, volvió al jefe y le dijo: "Pensándolo
mejor, veo que la cosa no es para tanto. Iré donde me espera mi
agresor para darle un abrazo. Así recuperaré un amigo que seguramente
se arrepentirá de lo que ha hecho". El jefe le regaló dos cargas de
tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del árbol, diciéndole: -
"Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía decírtelo
yo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tú mismo".

Oración a Jesús crucificado
Mírame, oh mi amado y buen Jesús, postrado en tu presencia; te ruego
con el mayor fervor imprimas en mi corazón vivos sentimientos de fe,
esperanza y caridad, verdadero dolor de mis pecados y propósito
firmísimo de jamás ofenderte; mientras que yo, con todo el amor y con
toda la compasión de mi alma, voy contemplando tus cinco llagas,
comenzando por aquello que dijo de ti el santo profeta David: “Han
taladrado mis  manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos”.

El globo negro

Un niño negro contemplaba extasiado al vendedor de globos en la feria
del pueblo. El pueblo era pequeño y el vendedor había llegado pocos
días atrás, por lo tanto no era una persona conocida. En pocos días la
gente se dio cuenta de que era un excelente vendedor ya que usaba una
técnica muy singular que lograba captar la atención de niños y
grandes. En un momento soltó un globo rojo y toda la gente,
especialmente los potenciales, pequeños clientes, miraron como el
globo remontaba vuelo hacia el cielo. Luego soltó un globo azul,
después uno verde, después uno amarillo, uno blanco... Todos ellos
remontaron vuelo al igual que el globo rojo...
El niño negro, sin embargo, miraba fijamente sin desviar su atención,
un globo negro que aún sostenía el vendedor en su mano. Finalmente
decidió acercarse y le preguntó al vendedor: “Señor, si soltara usted
el globo negro, ¿subiría tan alto como los demás?” El vendedor sonrió
comprensivamente al niño, soltó el cordel con que tenía sujeto el
globo negro y, mientras éste se elevaba hacia lo alto, dijo: “No es el
color lo que hace subir, hijo. Es lo que hay adentro”.

El barquero y el filósofo
Estaba Nasruddín trabajando de barquero cuando se le acercó un
filósofo pedante para que lo cruzara al otro lado del ancho río.
Una vez en la barca y para mostrar a Nasruddin sus conocimientos y su
“superioridad”, el intelectual ostentoso le preguntó: —¿Has estudiado
alguna vez metafísica?
— No, respondió el barquero. Ni siquiera sé qué significa esa palabra.
— ¡Pues has perdido la mitad de tu vida! Le dijo el filósofo.
Después de un rato y cuando estaban en medio del ancho río, empezó a
caer un verdadero diluvio y Nasruddín le preguntó al filósofo
presumido:
—¿Sabe usted nadar?
— No, le dijo aquel.
— Pues entonces ha perdido usted toda su vida, ¡nos estamos hundiendo!

El pequeño clavo

Se construyó una nueva Iglesia y de todas partes acudía gente para
admirarla. Pasaban horas admirando su belleza. Arriba, en lo alto, en
las maderas del tejado, había un pequeño clavo testigo de todo lo que
ocurría. Oía cómo alababan cada detalle de tan encantadora estructura.
Pero nadie lo mencionaba a él. Ni siquiera sabían que estaba allí, y
se sintió irritado y lleno de envidia. ¡Si soy tan insignificante,
nadie echará de menos mi falta!
Entonces el clavo decidió dejar de hacer presión sobre la madera y se
fue deslizando hasta caer al suelo. Aquella noche llovió mucho. Donde
faltaba el clavo, el tejado comenzó a ceder, separándose las tejas. El
agua corrió por las paredes y los bonitos murales. El yeso comenzó a
caerse, la alfombra se manchó y el Misal quedó arruinado por el agua.
Todo esto porque un pequeño clavo desistió de su trabajo. ¿Y el clavo?
Al asegurar las maderas del tejado, pasaba desapercibido, pero era
útil. Ahora, enterrado en el barro, olvidado e inútil, acabó carcomido
por el óxido.
Gracias por tu visita!!!