lunes, 1 de noviembre de 2010

Hoja formativa Nº 107
Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
CÓRDOBA - Argentina


Cuando perdemos a Dios
Dijo un discípulo a su maestro: - Maestro, hay días en que mi cruz
parece tan pesada, que llego a pensar que perdí a Dios. Voy a todos
los rincones de la casa en busca de una señal de que él aún está
conmigo. Respondió el maestro:
—No lo buscaste en gavetas, armarios y estantes. Saca de los cajones y
de los armarios toda la ropa y calzado hace tanto tiempo guardados y
que no usas. Saca de las gavetas lozas, vasijas y utensilios que hace
tanto tiempo tampoco utilizas. Saca de los estantes los libros
empolvados, lápices, plumas y papeles. Saca de aquél pequeño armario
todas las muestras gratis de medicinas, que guardas sólo por hábito.
Después, haz paquetes y entrégaselos a aquéllos que dan asistencia a
los pobres, a los niños, a los ancianos y a los enfermos.
Una vez que termines esto, sentirás la agradecida presencia de Dios.
Lo que para ti es inútil y abandonado en la oscuridad, para otros es
manifestación de luz. Cuando los pesados paquetes sean abiertos,
habrás aliviado el peso de tu cruz.

El grillo
Un neoyorkino y su amigo paseaban por el bullicioso sector de Times
Square, en el centro de Manhattan, a la hora del almuerzo. En medio
del infernal ruido producido al mismo tiempo por bocinas, sirenas,
altoparlantes, música a todo volumen y miles de personas hablando
todas juntas, el muchacho dijo: —Estoy oyendo un grillo. —¿Qué? ¡Debes
estar loco! -replicó su amigo-, ¡no es posible que puedas escuchar un
grillo en medio de todo este ruido! Sin decir nada, el muchacho caminó
hacia una maseta con flores que había en la acera, y tras una ligera
búsqueda, extrajo de allí un pequeño grillo.
El amigo, sorprendido, dijo: —Esto es extraordinario, debes tener los
oídos de Superman. —No -respondió el otro-, mis oídos son iguales a
los tuyos. Todo depende de lo que a uno le interese escuchar. Para
demostrar lo que decía, sacó de su bolsillo varias monedas y
discretamente las dejó caer al piso.
El sonido producido por las monedas al tocar el suelo provocó que
varios de los transeúntes voltearan la cara, curiosos por saber a
quién se le había caído el dinero. —¿Ves lo que te digo? -insistió el
neoyorkino-, el sonido del dinero lo escucharon todos, pero el del
grillo no. Todo depende de qué es importante para ti.
Y para ti, ¿qué es importante? ¿Qué quieres escuchar? Algunos dicen
que no pueden oír a Dios porque él nunca nos habla. Pero quizás ellos
no lo pueden ver o escuchar porque ése no es el sonido que quieren
oír. Pueden escuchar la moneda que cae al piso, pero son incapaces de
captar el chirrido del grillo. Dice una canción "no busques a Cristo
en lo alto, ni lo busques en la oscuridad, mucho menos entre la
multitud, pues muy dentro de ti, en tu corazón, puedes adorar a tu
Señor". Dios es esa dulce musiquita que podríamos escuchar dentro de
nuestro ser, pero estamos tan preocupados por las banalidades del
entorno que no la percibimos.

El sistema solar
Una vez se suscitó una fuerte discusión entre dos amigos, uno creyente
en Dios y el otro absolutamente ateo. Después de una larga e inútil
discusión, se separaron muy molestos.
El creyente, con el deseo de convencer a su amigo, construyó en una
habitación de su casa un planetario. Invirtió mucho tiempo y dinero,
para simular el universo en movimiento. Aparecía el sol, los planetas,
música sideral, cometas, etc. Lo realizó con tanta perfección, que al
entrar a esa habitación, uno se sentía flotar en el espacio.
Invitó a visitarlo a su amigo ateo, y cuando éste sorprendido le
preguntó al constructor quién había realizado tan magnífica obra
maestra, el creyente le contestó: —Nadie. Pero el amigo reclamó: —Oye,
¡no soy tonto! Esto lo debe haber hecho alguien, no creo que se haya
hecho solo
El creyente lo llevó afuera al jardín y, como era de noche, le dijo:
—Mira, observa el firmamento, las estrellas, la perfecta armonía de
las fuerzas en movimiento. Sabes, –le dijo finalmente–, toda esta
maravilla nadie la hizo. En ese momento, el ateo comprendió que
existía un poder superior y le respondió: —Tenías razón, perdóname.

Por donde va la corriente
Bajo un sol abrazador, dos africanos descendían por el río Zambeze,
remando en su angosta piragua. Oculto bajo las tranquilas aguas, un
cocodrilo, aguardaba su presa. De repente, la canoa fue sacudida con
violencia. El cocodrilo hundió sus dientes en uno de los remos.
Desequilibrados, los dos remeros cayeron en las profundas aguas.
Al ver la muerte ante sí, trataron de escabullirse. Uno recordó el
consejo de los ancianos: "Si caes en un río invadido por cocodrilos,
nada debajo del agua río arriba, porque el cocodrilo, en busca de su
presa, siempre se deja llevar por la corriente". Después de muchos
esfuerzos, este hombre alcanzó la orilla sano y salvo.
Su compañero eligió la solución más fácil: nadó en el sentido de la
corriente, pero también en el sentido del cocodrilo. Muy cerca de la
ribera, su pierna fue atrapada por la terrible bestia que lo arrastró
al fondo del río.
El peligro está tan presente en un río lleno de cocodrilos como al
seguir las corrientes de la moda de este mundo: la opinión pública,
los placeres dudosos, el amor al dinero, la popularidad... ¿Andas tú
en la dirección correcta, o en el sentido de la corriente? Dios dice:
"Hay caminos que al hombre le parecen rectos; pero al final conducen a
la muerte". (Proverbios 14:12).

¿Para qué buscar a Dios?
¿Para qué buscarte? Me preguntaba. ¿Qué gano con seguirte? Me
cuestionaba. ¿Por qué he de hacer tu voluntad? Me replicaba.
Y hoy, estando solo y con miles de problemas encima, hoy cuando los
que creí mis amigos me han abandonado, hoy cuando más solo me siento,
y atareado me encuentro, vienen a mi mente las respuestas a estas
preguntas, pues en medio de los problemas, sin importar cuánto te he
fallado, tú sigues firme a mi lado.
Y en medio del cansancio siento tus brazos sostenerme. Y entre el
bullicio de cada día y los problemas que me agobian, escucho tu dulce
voz susurrarme al oído: "Calma, estoy contigo". Y ahora me doy cuenta
que todo vale la pena, y que aquellas dudas no eran más que trampas de
mi enemigo para evitar tu consuelo, tu paz, tu compañía.
Gracias, Señor, porque a pesar de todas mis dudas me recibiste como un
buen amigo, y siempre que te cuestionaba, sonriendo me decías:
"Tranquilo, que yo soy el camino".
Gracias por tu visita!!!