lunes, 3 de diciembre de 2012

Compartir  Nº 132


Regalos sin la envoltura esperada
Un joven muchacho que estaba a punto de graduarse, hacía muchos meses
que admiraba un hermoso auto deportivo en una agencia de autos y,
sabiendo que su padre podría comprárselo, le dijo que eso era todo lo
que él quería.

Llegó el día de la graduación, y su padre lo llamó a su oficina. Le
dijo lo orgulloso que se sentía de tener un hijo tan bueno y lo mucho
que lo amaba. El padre tenía en sus manos una hermosa caja de regalo.
Curioso y de algún modo decepcionado, el joven abrió la caja y lo que
encontró fue una hermosa Biblia con cubierta de piel y con su nombre
escrito con letras de oro. Enojado le gritó a su padre diciendo: "Todo
el dinero que tienes y ¡sólo me das esta Biblia!" Y salió de la casa.

Pasaron muchos años y el joven se convirtió en un exitoso hombre de
negocios. Tenia una hermosa casa y una bonita familia, pero cuando
supo que su padre, que ya era anciano, estaba enfermo, pensó en
visitarlo. No lo había vuelto a ver desde el día de su graduación.

Antes de que pudiera partir a verlo, recibió un telegrama donde decía
que su padre había muerto y le había heredado todas sus posesiones,
por lo que necesitaba urgentemente ir a la casa de su padre para
arreglar todos los trámites de inmediato. Cuando llegó a la casa de su
padre, su corazón se llenó de una gran tristeza y arrepentimiento.
Empezó a ver todos los documentos importantes que su padre tenía y
encontró la Biblia que en aquella ocasión su padre le había dado.

Con lágrimas la abrió y empezó a hojear sus páginas. Su padre
cuidadosamente había subrayado un versículo en Mateo. 7, 11: "Pues si
ustedes siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más
vuestro Padre Celestial les dará aquello que le pidan?". Mientras leía
esas palabras, unas llaves de auto cayeron de la Biblia. Tenía una
tarjeta de la agencia de autos donde había visto ese auto deportivo
que tanto deseaba. En la tarjeta estaba la fecha del día de su
graduación y las palabras: Totalmente pagado.

¿Cuántas veces hemos rechazado y perdido las bendiciones de Dios
porque no venían    envueltas  como nosotros siempre esperábamos?

¡Es verdad!
Nos convencemos a nosotros mismos de que la vida será mejor después de
terminar la escuela, después de casarnos, después de tener un hijo, y
entonces después de tener otro, y luego nos sentimos frustrados de que
los hijos no son lo suficientemente grandes y que seremos más felices
cuando lo sean.
Después de eso nos frustramos porque son adolescentes y que
seguramente seremos más felices cuando salgan de esta etapa. Nos
decimos que nuestra vida estará completa cuando a nuestro esposo le
vaya mejor, cuando tengamos un mejor coche o una mejor casa, cuando
nos podamos ir de vacaciones, cuando estemos retirados. La verdad es
que no hay mejor momento para ser felices que ahora. Si no es ahora,
¿Cuándo?

Tu vida siempre estará llena de retos. Es mejor admitirlo y decidir
ser felices de todas formas. Siempre esperamos largo tiempo para
comenzar a vivir la vida de verdad, siempre habrá algún obstáculo en
el camino, algo que resolver primero, algún asunto sin terminar,
tiempo por pasar, una deuda que pagar y no nos damos cuenta de que
todos estos obstáculos son parte de la vida. Esta perspectiva nos deja
ver que no hay un camino a la felicidad.

La felicidad es el camino. Así que atesora cada momento que tienes y
atesóralo más cuando lo compartas con alguien especial, lo
suficientemente especial para compartir tu tiempo, y recuerda que el
tiempo no espera por nadie... Así que deja de esperar hasta que tengas
más dinero, hasta que bajes 10 kilos, hasta que tengas hijos, hasta
que tus hijos se vayan de casa, hasta que te cases, hasta el viernes
por la noche, hasta el domingo por la mañana, hasta la primavera, el
verano, el otoño, el invierno, o hasta que mueras, para decidir que no
hay mejor momento que éste para ser feliz...

El bordado de mamá
Cuando yo era pequeño, mi mamá solía coser mucho. Yo me sentaba cerca
de ella y le preguntaba qué estaba haciendo. Ella me respondía que
estaba bordando. Siendo yo pequeño, observaba el trabajo de mi mamá
desde abajo, por eso siempre me quejaba diciéndole que solo veía hilos
feos. Ella se sonreía, miraba hacia abajo y gentilmente me decía:
—Hijo, ve afuera a jugar un rato y cuando haya terminado mi bordado te
pondré sobre mi regazo y te dejaré verlo desde arriba.  Me preguntaba
por qué ella usaba algunos hilos de colores oscuros y porqué me
parecían tan desordenados desde donde yo estaba.  Más tarde escuchaba
la voz de mamá diciéndome: —Hijo, ven y siéntate en mi regazo.  Yo lo
hacía de inmediato y me sorprendía y emocionaba al ver una hermosa
flor o un bello atardecer en el bordado. No podía creerlo; desde abajo
solo veía hilos enredados. Entonces mi mamá me decía: —Hijo mío, desde
abajo se veía confuso y desordenado, pero no te dabas cuenta de que
había un plan arriba. Yo tenía un hermoso diseño. Ahora míralo desde
mi posición, qué bello.
Muchas veces a lo largo de los años he mirado al Cielo y he dicho:
—Padre, ¿qué estás haciendo?  Él responde: —Estoy bordando tu vida.
Entonces yo le replico: —Pero se ve tan confuso, es un desorden. Los
hilos parecen tan oscuros, ¿porqué no son más brillantes? El Padre
parecía decirme: —Mi niño, ocúpate de tu trabajo confiando en mí  y un
día te traeré al cielo y te pondré sobre mi regazo y verás el plan
desde mi posición. Entonces entenderás...

Los juicios humanos
Había una vez un matrimonio con un hijo de doce años que tenían un
burro. Decidieron viajar, trabajar y conocer el mundo. Así, al pasar
por el primer pueblo, la gente comentaba: "¡Mira ese chico mal
educado! ¡Él arriba del burro y los pobres padres, ya grandes,
llevándolo de las riendas!"..
Entonces, la mujer le dijo a su esposo: "No permitamos que la gente
hable mal del niño. "El esposo lo bajó y se subió él. Al llegar al
segundo pueblo, la gente murmuraba: "¡Mira qué sinvergüenza es ese
tipo! ¡Deja que la criatura y la pobre mujer tiren del burro, mientras
él va muy cómodo encima!".
Entonces, tomaron la decisión de subirla a ella al burro mientras
padre e hijo tiraban de las riendas. Al pasar por el tercer pueblo, la
gente comentaba: "¡Pobre hombre! Después de trabajar todo el día, debe
llevar a la mujer sobre el burro! ¿Y el pobre hijo? ¡Qué le espera con
esa madre!".
Se pusieron de acuerdo y decidieron subir al burro los tres para
comenzar nuevamente su peregrinaje. Al llegar al pueblo siguiente,
escucharon que los habitantes decían: "¡Son unas bestias, más bestias
que el burro que los lleva, van a partirle el espinazo!".
Por último, decidieron bajarse los tres y caminar junto al burro. Pero
al pasar por el pueblo siguiente no podían creer lo que las voces
decían sonrientes: "¡Mira a esos tres idiotas: caminan, cuando tienen
un burro que podría llevarlos!".
Gracias por tu visita!!!