sábado, 2 de febrero de 2013

Compartir Nº 134
¿Algún día almorzaste con Dios?

Un niño quería conocer a Dios. Sabía que era un largo viaje hasta
donde Dios vive, así que puso en su bolso unos pastelitos fritos y
varias botellas de gaseosas. Y comenzó su caminata.

Cuando había caminado como diez cuadras, se encontró con una mujer
anciana. Ella estaba sentada en un parque, contemplando algunas
palomas. El niño se sentó junto a ella y abrió su bolso. Estaba a
punto de beber una gaseosa, cuando notó que la anciana parecía
hambrienta, así que le ofreció un pastelito. Ella, agradecida, aceptó
el obsequio y sonrió al niño. Su sonrisa era tan bella que el niño
quería seguir viéndola  así y le ofreció una de sus gaseosas. De
nuevo, ella le sonrió. ¡El niño estaba encantado!

Él se quedó toda la tarde comiendo y sonriendo, pero ninguno de los
dos pronunció ninguna palabra. Mientras oscurecía, el niño se sintió
cansado, se levantó para irse, pero antes de seguir, dio vuelta atrás,
corrió hacia la anciana, y le dio un abrazo. Ella, después de
abrazarlo, le dio la más grande sonrisa de su vida.
Cuando el niño llegó a su casa, abrió la puerta. Su madre estaba
sorprendida por la cara de felicidad. Entonces le preguntó: "Hijo,
¿qué hiciste hoy que te hizo tan feliz?” El niño contestó: "¡Hoy
almorcé con Dios!"..., y antes de que su madre contestara algo,
añadió: "Y, ¿sabes que?, ¡tiene la sonrisa más hermosa que he visto!"

Mientras tanto, por otra parte la anciana también, radiante de
felicidad, regresó a su casa. Su hijo quedó sorprendido por la
expresión de paz en su rostro, y preguntó: "Mamá, ¿Qué hiciste hoy,
que te has puesto tan feliz?". La anciana contestó: "¡Comí pastelitos
con Dios en el parque!". Y antes de que su hijo respondiera, añadió: "
Y, ¿sabes?, ¡es más joven de lo que yo pensaba!".

Muchas veces, no le damos importancia al valor de un abrazo, de una
palmada en la espalda, de una sonrisa, de una palabra de aliento, o un
oído que te escucha, o el acto más pequeño de caridad..., todos esos
detalles, que tienen el poder maravilloso de cambiarte la vida, o de
darle un gran giro. Las personas llegan a nuestra vida por alguna
razón, ya sea por una temporada, o por toda la vida. ¡Recíbelos a
todos con igual respeto y cariño! No dejes que nada ni nadie apague la
vela de la fe, de la esperanza y el amor, que Dios ha encendido en tu
corazón.

Comparte tus dones

Si tienes un regalo, no lo ocultes.
Si tienes una canción, cántala.
Si tienes talento, ejercítalo
Si tienes amor, bríndalo.
Si tienes tristeza, sopórtala.
Si tienes felicidad, compártela.
Si tienes religión, vive y obra según ella.
Si tienes una oración, dila a los cielos.
Si tienes una palabra dulce, no la retengas.
Porque: todos tenemos regalos que podemos dar.
Todos tenemos canciones que podemos cantar.
Todos tenemos palabras melodiosas que podemos decir.
Todos tenemos plegarias que podemos orar.
Todos tenemos amor y alegría que podemos dar.
Todos tenemos una vida feliz por vivir.
Repartamos por el mundo lo que Dios nos dio para compartir.

El sol y el viento

El sol y el viento discutían sobre cuál de los dos era más fuerte. La
discusión fue larga, porque ninguno de los dos quería ceder. Viendo
que por el camino avanzaba un  hombre, acordaron en probar sus fuerzas
desarrollándolas contra él. - Vas a ver - dijo el viento- cómo con
sólo echarme sobre ese hombre, desgarro sus vestiduras. Y comenzó a
soplar cuanto podía. Pero cuantos más esfuerzos hacía, el hombre más
oprimía su capa, gruñendo contra el viento, y seguía caminando. El
viento encolerizado, descargó lluvia y nieve, pero el hombre no se
detuvo y más cerraba su capa.
Comprendió el viento que no era posible arrancarle la capa. Sonrió el
Sol mostrándose entre dos nubes, recalentó la tierra y el pobre
hombre, que se regocijaba con aquel dulce calor, se quitó la capa y se
la puso sobre el hombro. -Ya ves- le dijo el Sol al Viento- cómo con
la bondad se consigue más que con la violencia.

Los seres humanos deberíamos pensar profundamente acerca de nuestras
acciones. Utiliza-mos la violencia, la ironía, la agresividad, la
sorna y la burla para tratar de lograr nuestros objetivos. Pero no nos
damos cuenta de que, la mayoría de las veces, con esos métodos, es más
difícil alcanzarlos. Siempre una sonrisa puede lograr mucho más que el
más fuerte de los gritos. Y basta con ponerse por un momento en el
lugar de los demás para comprobarlo. ¿Preferimos una sonrisa o un
insulto? ¿Preferimos una caricia  o una bofetada? ¿Preferimos una
palabra tierna o una sonrisa irónica? Pensemos que los demás
seguramente prefieren lo mismo que nosotros. Entonces tratemos a
nuestros semejantes de la misma manera en la que nos gustaría ser
tratados. Así veremos que todo será mejor. Que el mundo será mejor.
Que la vida será mejor.

Amabilidad

¡Qué fácilmente creemos que nos faltan nuestros prójimos, que no nos
estiman, que no nos quieren! Basta ver el rostro de un amigo un poco
más sombrío que de costumbre para persuadirnos de su indiferencia o de
su frialdad. O bien uno ha dicho a la ligera una palabra que nos ha
disgustado, acaso un imprudente nos recordó palabras proferidas contra
nosotros, y de todas estas tonterías hacemos una montaña. Como triste
consecuencia queda una amistad turbada y quizás perdida por algo que
no mereció la pena haberlo tenido en cuenta.
Sé indulgente. Olvida las pequeñas penas que te hayan podido causar;
no conserves ningún resentimiento por las palabras inconsideradas o
desfavorables que se han dicho contra ti; excusa los descuidos, las
ligerezas de las cuales eres víctima; juzga siempre de buena intención
a aquellos que te hayan hecho algún agravio, en fin, muestra un
semblante amable en todas las ocasiones. De esta manera estarás en paz
con tu prójimo y practicarás de modo excelente la caridad cristiana,
que es imposible practicar sin una indulgencia en todos los instantes.
“El fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad,
afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y dominio de sí mismo”
(Gálatas 5, 22-23).

La sopa de piedra

Una vez llegó a un pueblo un hombre y pidió por las casas para comer,
pero la gente le decía que no tenían nada para darle. Al ver que no
conseguía su objetivo, cambió de estrategia. Llamó a la casa de una
mujer para que le diese algo de comer.

— Buenas tardes, Señora. ¿Me da algo para comer, por favor? — Lo
siento, pero en este momento no tengo nada en casa, dijo ella. — No se
preocupe - dijo amablemente el extraño- tengo una piedra en mi mochila
con la que podría hacer una sopa. Si usted me permitiera ponerla en
una olla de agua hirviendo, yo haría la mejor sopa del mundo. — ¿Con
una piedra va a hacer usted una sopa? ¡Me está tomando el pelo! — En
absoluto, señora, se lo prometo. Tráigame una olla bien grande, por
favor, y se lo demostraré.

La mujer buscó la olla más grande y la colocó en mitad de la plaza. El
extraño preparó el fuego y colocaron la olla con agua. Cuando el agua
empezó a hervir ya estaba todo el vecindario en torno a aquel extraño
que, tras dejar caer la piedra en el agua, probó una cucharada
exclamando: — ¡Deliciosa! Lo único que necesita son unas papas.
Una mujer se ofreció de inmediato para traerlas de su casa. El hombre
probó de nuevo la sopa, que ya estaba más gustosa, pero dijo que le
faltaba un poco de carne.
Otra mujer voluntaria corrió a su casa a buscarla. Y con el mismo
entusiasmo y curiosidad se repitió la escena al pedir unas verduras y
sal. Por fin pidió: — ¡Platos para todo el mundo!

La gente fue a sus casas a buscarlos y hasta trajeron pan y frutas.
Luego se sentaron todos a disfrutar de la espléndida comida,
sintiéndose extrañamente felices de compartir, por primera vez, su
comida.
Y aquel hombre extraño desapareció dejándoles la milagrosa piedra, que
podrían usar siempre que quisieran hacer la más deliciosa sopa del
mundo.

Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero
no hemos aprendido el sencillo arte de vivir juntos como hermanos.
Martin Luther King
Gracias por tu visita!!!