martes, 5 de julio de 2011

Compartir Nº 115
Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
CÓRDOBA - Argentina


Ángeles en el callejón
Diana, una joven estudiante de la universidad, estaba en casa por el
verano. Fue a visitar algunos amigos a eso de las 20 y, por quedarse
conversando se le hizo muy tarde, más de lo que había pensado y tuvo
que caminar sola a su casa. No tenia miedo porque vivía en una ciudad
pequeña y distaba sólo unas cuantas cuadras del lugar. Mientras
caminaba a su casa, oró a Dios que la salvara de cualquier mal o
peligro.
Cuando llegó al callejón que le servía como atajo para llegar más
pronto a su casa, decidió tomarlo. Sin embargo, cuando iba a la mitad,
notó a un hombre parado al final del callejón y le pareció como que la
estaba esperando. Diana se puso nerviosa y empezó a rezar a Dios. Al
instante un sentimiento de tranquilidad y seguridad la envolvió,
sintió como si alguien estuviera caminando con ella; llegó al final
del callejón y pasó justo enfrente del hombre y llegó bien a su casa.

Al día siguiente, leyó en el diario local que una joven había sido
violada en aquel mismo callejón unos 20 minutos después de que ella
pasara por allí. Sintiéndose muy mal por esa tragedia y pensando que
pudo haberle pasado a ella, comenzó a llorar dando gracias a Dios por
haberla cuidado y le rogó que ayudara a la otra joven.
Decidió ir a la oficina de la policía, pensó que podría reconocer al
hombre y les dijo su historia. El policía le preguntó si estaría
dispuesta a identificar al hombre que vio la noche anterior en el
callejón, ella accedió y sin dudar reconoció al hombre en cuestión.
Cuando el hombre supo que había sido identificado, se rindió y
confesó.
El policía agradeció a Diana por su valentía y le preguntó si había
algo que pudiera hacer por ella, y ella le pidió que le preguntara al
hombre por qué no la atacó a ella cuando pasó por el mismo callejón.
Cuando el policía le preguntó al hombre, él contestó: —"Porque ella no
estaba sola, había dos hombres altos caminando uno a cada lado de
ella".

La tela de araña
Un hombre perseguido por varios criminales, huía desesperadamente. Al
ver una cueva entró y observó que se alargaba en varias galerías.
Llegaron los criminales y empezaron a buscarlo. El hombre se escondió
en un rincón y, lleno de angustia, oró a Dios:
"Dios poderoso, haz que dos ángeles bajen y tapen esta galería, para
que no me maten". En ese momento escuchó a los forajidos ya cercanos,
y vio que apareció una arañita. Ésta empezó a tejer una telaraña en la
entrada de su escondite. El hombre volvió a orar más angustiado:
"Señor te pedí ángeles, no una araña”. Y continuó: "Señor, por favor,
con tu mano poderosa pon un muro aquí a la entrada para que no me
maten".
Abrió los ojos esperando ver surgir un muro, y observó que la arañita
seguía tejiendo la telaraña. Estaban ya los asesinos entrando al
último tramo y el pobre hombre temblaba ante su muerte. Cuando los
malhechores estuvieron frente al perseguido, ya la arañita había
tapado toda la entrada; entonces escuchó: —Vamos, entremos a esta
galería. —No. ¿No ves que hasta hay telarañas?, nadie ha entrado aquí.
Sigamos buscando en las demás. Pidamos favores a Dios, pero dejemos a
su infinita sabiduría elegir el modo de concederlos


Jesús, mi amigo
Llamaste “amigos” a los discípulos porque les abriste tu intimidad.
Pero, ¡qué difícil es abrirse, Señor! ¡Cuánto cuesta rasgar el velo
del propio misterio! Pero sé bien, Señor, que sin comunicación no hay
amor y que el misterio esencial de la fraternidad consiste en ese
juego de abrirse y aceptarse unos a otros. Hazme comprender, Señor,
que fui creado no como un ser acabado y encerrado sino como en tensión
y movimiento hacia los demás; que debo participar de la riqueza de los
demás y dejar que los demás participen de la mía; y que encerrarse es
muerte y abrirse es vida, libertad, madurez. Señor Jesucristo, rey de
la fraternidad: dame la convicción y coraje de abrirme; enséñame el
arte de abrirme. Danos la gracia de la comunicación.

El escarabajo y el picaflor
Cada uno, en este mundo, tiene su modo de ser, sus cualidades y sus
defectos. El escarabajo es útil, el picaflor es bonito. Pero el
escarabajo no se contentaba con ser útil, y que se lo apreciara por su
trabajo; envidiaba al picaflor, de quien todos ponderaban la gracia y
la gentileza, la hermosura y el brillante plumaje; no perdía ocasión
de rebajar sus méritos, creyendo seguramente así ensalzar los propios.
Todo lo que hacía el picaflor era criticado por el escarabajo, y hasta
sus buenas acciones eran dictadas, al oírle, por la vanidad o por el
interés. —Es un haragán presumido; incapaz de trabajar; saquea a las
flores, pero no sabe hacer miel. Bien mirado, no sirve para nada;
dicen que es bonito; será, pero no piensa sino en lucirse y acaba por
dar rabia el ver a ese atolondrado andar de flor en flor,
festejándolas a todas y haciéndose el delicado hasta no tocarlas sino
con la punta del pico.
Yo no soy así, señor –agregaba–; siempre trabajo calladito, sin tratar
de lucirme más que por mis esfuerzos en llevar a cabo mi ruda tarea de
estercolero. Pero también todo el mundo sabe cuánto más vale un
escarabajo que un picaflor. Y así lo creía él. G. Daireaux.


El chofer de Einstein
Einstein, tras obtener el premio nobel de Física (por cierto, no por
su creación de la teoría de la relatividad, sino por sus trabajos
sobre el efecto fotoeléctrico), era invitado constantemente a dar
conferencias en universidades y organismos científicos. Él solía
viajar en coche y con chófer, y se dice que en cierta ocasión le
comentó al chófer que era tremendamente aburrido repetir siempre lo
mismo.
El chofer le contestó: "He oído su conferencia tantas veces que me la
sé de memoria; si usted quiere, cualquier día puedo sustituirle y
darla yo". Einstein le tomó la palabra y accedió un día en que suponía
poco probable que alguien en la sala de conferencias pudiera
reconocerle. Todo iba de maravilla (nadie le había reconocido, el
chofer había expuesto muy bien la conferencia) hasta que alguien le
hizo una pregunta sobre cuya respuesta el chófer no tenía ni idea.
Tuvo sin embargo la ocurrencia de contestar: "Su pregunta, caballero,
es tan sencilla que estoy seguro de que hasta mi chófer podría
contestarla, así que dejaré que sea él mismo quien lo haga".
Gracias por tu visita!!!