miércoles, 1 de diciembre de 2010

Hoja formativa Nº 108, Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
CÓRDOBA - Argentina


El silencio de los abuelos
Dos abuelos. Cuarenta años de convivencia fecunda y fiel. Se conocían
lo suficiente como para darse todavía la sorpresa de un malentendido.
Era justo lo que había sucedido esa mañana. El abuelo era un hombre
jovial y bastante espontáneo. Impetuoso en sus reacciones, solía irse
de boca cuando decía sus verdades. La abuela era más paciente, pero
también de reacciones más lentas. Por eso, aquel cruce de palabras que
la habían ofendido, la llevó a su respuesta habitual: el mutismo.
El recurso del silencio suele ser frecuente en personas que están
obligadas a una convivencia muy cercana. Y estos dos abuelos pasaban
gran parte de la semana solos, porque sus tres hijos casados no vivían
en el mismo pueblo, y los encuentros solían darse sólo los fines de
semana. La discusión se había dado en horas de la mañana. Para la hora
del almuerzo, se comió en silencio. El televisor llenó un poco el
vacío, sin solucionar el problema. El té de la tarde los vio reunirse
dentro del mismo clima. Y llegada la cena, continuaba aún el mutismo
por parte de la abuela.

Al abuelo ya se le había pasado totalmente el mal rato, y quería que
le sucediera lo mismo a su compañera. Pero, evidentemente, ésta era de
reacciones más lentas. Por tanto había que encontrar una manera de
hacerla hablar, sin que ello significara capitulación por ninguna de
las dos partes. Porque el asunto que los había distanciado era una
intrascendencia, y no valía la pena volver sobre ello.
Cuando ya se iban a acostar, al abuelo se le ocurrió una idea: Se
levantó con cara de preocupado, y abriendo uno de los cajones de la
cómoda, se puso a buscar afanosamente en él. Sacaba la ropa y la
tiraba sobre la cama. Luego de haber vaciado ese cajón, lo cerró con
fuerza y se puso a hacer lo mismo con el siguiente. Cuando ya se
decidía a hacer lo mismo con el tercero, la abuela rompió el silencio
y preguntó entre enojada y preocupada: - ¿Se puede saber qué estás
buscando? A lo que contestó su marido con una sonrisa: - ¡Sí! Y ya lo
encontré: ¡Tu maravillosa voz, querida!

Te amo tal como eres
Mi mujer y un grupo de amigas habían iniciado un programa de
autosuperación. Me pidió que le escribiera una lista de seis cosas
que me gustaría que cambiara para ser mejor esposa. Lógicamente, se me
ocurrían muchas cosas que decir (y seguro que ella también tendría
cosas qué decir), pero en lugar de ponerme a escribir, le dije:
—Déjame pensarlo y mañana te daré una respuesta. Al día siguiente me
levanté temprano y llamé a la florería. Encargué seis rosas rojas para
mi mujer y una nota que decía: "No se me ocurren seis cosas que me
gustaría que cambiaras. Te quiero tal como eres". Cuando volví a casa
esa tarde, mi mujer me recibió en la puerta; estaba al borde de las
lágrimas.
No necesito decir que me alegré de no haberla criticado como me había
pedido. El domingo siguiente en la iglesia, después de que ella hubo
informado del resultado de su tarea, varias mujeres del grupo se me
acercaron y me dijeron: —Fue lo más bonito que he escuchado.
Entonces comprendí el poder de aceptarla y amarla tal como es; y así
lo seguiré haciendo, sólo por amor.

Valora lo que tienes
A pesar de que eran ricos, Napoleón y George Washington nunca contaron
con una pastilla para el dolor de cabeza. Simón Bolívar, San Martín y
Pancho Villa jamás pudieron tomar un taxi cuando necesitaban llegar
pronto a algún lugar. Ni Cervantes, ni Dante, ni Shakespeare tuvieron
una máquina de escribir. Los vikingos viajaron sin brújulas y Colón no
pudo llevar alimentos enlatados ni un refrigerador.
Julio César y Carlo Magno jamás comieron una pizza y tampoco
disfrutaron del cine o la televisión. Beethoven no pudo usar
audífonos ni oír su música en un equipo de sonido. Mozart no pudo
grabar sus composiciones. Hipócrates y Galeno no se sirvieron de las
vacunas ni de miles de avances médicos.
Y nosotros hoy nos quejamos de que no tenemos todo lo que queremos, y
de que esta vida es insufrible. Así somos. ¿Por qué seremos así?

No te rindas nunca
La joven maestra leyó la nota adjunta a la hermosa planta de hiedra.
"Gracias a las semillas que usted plantó, algún día seremos como esta
hermosa planta. Le agradecemos todo lo que ha hecho por nosotras.
Gracias por invertir tiempo en nuestras vidas".
Una amplia sonrisa iluminó el rostro de la maestra, mientras por sus
mejillas corrían lágrimas de alegría. Las chicas a quienes les había
dado clase, se acordaban de agradecer a su maestra. La planta de
hiedra representaba un regalo de amor. Durante meses la maestra regó
fielmente la planta en crecimiento. Pero al cabo de un año, algo
sucedió. Las hojas empezaron a ponerse amarillas y a caerse; todas,
menos una. Pensó en deshacerse de la hiedra, pero decidió seguir
regándola y fertilizándola.
Un día, al pasar por la cocina, la maestra vio que la planta tenía un
brote nuevo. Unos días después, apareció otra hoja, y luego otra más.
En pocos meses, la hiedra estaba otra vez convirtiéndose en una
hermosa planta. Hay pocas alegrías más grandes que la bendición de
invertir fielmente amor y tiempo en las vidas de otras personas.
¡Nunca, nunca te des por vencido con esas plantas!

Navidad: llamado al amor

Si nos amáramos, dialogaríamos, porque el amor
busca intimidad y la comunión con el amado.

Si dialogáramos, nos comprenderíamos, porque
nos escucharíamos hasta ponernos en el lugar del otro.

Si nos comprendiéramos, nos perdonaríamos, porque
al comprender el dolor que causa la ofensa y la culpa,
pediríamos perdón y perdonaríamos.

Si nos perdonáramos, nos reconciliaríamos,
porque el perdón es el puente por donde cruzamos,
sobre el abismo de las ofensas y las culpas que nos separan.

Si nos reconciliáramos, nos amaríamos porque
sólo nos amamos cuando nos amamos como somos,
y eso es perdonarnos y reconciliarnos.

Si nos amáramos, ¡viviríamos tan felices!
Gracias por tu visita!!!