jueves, 8 de septiembre de 2011


Hoja formativa Nº 117, septiembre 2011
Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
CÓRDOBA - Argentina


Violines
Tres jóvenes vecinos, Salvatore, Julio y Antonino, vivían y jugaban en
Cremona, Italia, a mediados del siglo XVII. Salvatore tenía una voz
hermosa, y Julio lo acompañaba tocando el violín, mientras tocaban en
las plazas o cantaban serenatas a las prometidas de los novios
ocasionales que recurrían a sus servicios.
Aunque a Antonino le encantaba la música, su voz chirriante hacía que
la gente se burlara de él. No obstante, Antonino no carecía de
talento. Su posesión más valiosa era una navaja de bolsillo, con la
que hacía unas preciosas figuras en trozos de madera. Un día de
fiesta, los tres amigos salieron para la plaza de la catedral.
Mientras caminaban, Antonino reflexionaba respecto a su incapacidad
para cantar. Eso hacía llorar su corazón, porque amaba la música tanto
como los otros.
Una vez en la plaza, Julio tomó el violín, en tanto que Salvatore
cantaba con su potente voz de tenor. La gente se detenía a
escucharlos, y la mayoría dejaba una o dos monedas para los andrajosos
muchachos. Un anciano salió de la multitud, los felicitó y puso una
brillante moneda en la mano de Salvatore.

El muchacho abrió la mano y exclamó: ¡Miren! es una moneda de oro. Los
tres muchachos estaban entusiasmados y se pasaban la moneda entre sí.
— Pero ese anciano muy bien puede permitirse dar limosnas de esa
cantidad –dijo Julio- es el gran Amati. —¿Y quién es Amati?, ¿y por
qué es grande? –preguntó tímidamente Antonino. —Amati es el gran
"promotor de música" –respondió Salvatore– , él fabrica los mejores
violines de Italia, y vive en nuestra ciudad.
Su corazón empezó a latir fuertemente y una idea cruzó por su mente. A
la mañana siguiente, el joven salió de casa llevando consigo su
preciosa navaja y algunas cosas que con ella había hecho: un bello
pájaro, un cofre, una flauta, varias estatuillas y un precioso barco
de madera. Tocó a la puerta del gran maestro, y le dijo: —Traje estas
cosas para que usted las vea, señor –mientras mostraba el producto de
sus manos– ¿seré digno de ser su aprendiz?

El maestro Amati, con cuidado, recogió y examinó cada pieza,
deteniéndose en la exquisitez de los detalles del pequeño barco, e
invitó a Antonino a entrar a su casa. —¿Y por qué quieres hacer
violines? –Inquirió el anciano artista. —Porque amo la música, pero no
puedo cantar, pues mi voz suena como una bisagra que rechina. Ayer
usted dio una moneda a mis amigos, en la plaza de la Catedral. Yo
también quiero hacer que la música tome vida, concluyó Antonino.

En muy poco tiempo se convirtió en discípulo del gran artista. Después
de algunos años no había secreto en la fabricación de un violín, de
sus setenta diferentes partes, que él no conociera. Cuando cumplió 22
años de edad, su maestro le permitió poner su propio nombre en un
violín que había fabricado. Durante su vida Antonino fabricó más de
mil cien de ellos, tratando de hacer cada uno mejor y más bello que el
anterior. Cualquier persona que posea un violín fabricado por Antonino
Stradivarius es dueño de un tesoro, de una obra maestra.

Jóvenes responsables
“Me sorprende cómo celebran nuestros jóvenes la llegada de sus 18
años: se emborrachan, fuman, con grandes fiestas, frecuentan lugares
del todo impropios. Se presentan como adultos en la sociedad,
rompiendo sus leyes.
Cuando un joven aborigen de la tribu Maui de las islas del Pacífico
llega a la mayoría de edad, las cosas son diferentes. Se le somete a
una prueba, para comprobar si es realmente maduro, adulto, y capaz de
llevar una vida responsable, y de formar una familia. El joven tiene
que construir una piragua con sus propias manos y navegar, totalmente
solo, por más de 500 kilómetros de mar abierto, hasta una lejana isla,
de la cual debe traer una flor exótica de vuelta a casa. Debe sortear
todo tipo de peligros”.
La auténtica madurez se consigue cuando asumimos nuestras
limitaciones. Cuando sabemos convivir con las frustraciones producidas
ante acontecimientos insuperables. Cuando nuestras metas y objetivos
se asientan sobre un plano real, relegando nuestras fantasías al campo
de la ensoñación, sabiendo en todo momento que no somos dioses ni
superhombres.

Felices los jóvenes
Que tienen un corazón nuevo: ¡renueven el mundo!
Que tienen ojos limpios: ¡defiendan la pureza!
Que tienen manos fuertes: ¡construyan la justicia y la paz!
Que tienen sed de verdad: ¡búsquenla en Jesucristo!
Que se asoman inquietos a la vida: ¡sea para ustedes guía y maestra!
Que luchan contra la tristeza y el hastío: ¡sean profetas de esperanza!
Que ofrecen su vida: ¡sean constructores del Reino de Dios!
Que son predilectos y amados: ¡difundan amistad y alegría!

¡Ladrones, ladrones!
Siendo muy joven y de porte elegante, antes de que entrara al
convento, san Bernardo iba en cierta ocasión, cabalgando lejos de su
casa con varios amigos. La noche los sorprendió, por lo que buscaron
hospitalidad en una casa.
La dueña los recibió bien, e insistió en que Bernardo, como jefe del
grupo, ocupase una habitación separada. Durante la noche, la mujer se
presentó en la habitación con intenciones deshonestas. Bernardo, en
cuanto se dio cuenta de lo que ocurría, fingió con gran presencia de
ánimo creer que se trataba de un intento de robo, y con toda su fuerza
empezó a gritar: —¡Ladrones, ladrones! La intrusa se alejó
rápidamente.
Al día siguiente, cuando el grupo se marchaba, sus amigos empezaron a
bromear sobre el imaginario ladrón, pero Bernardo, contestó con calma:
—No fue ningún sueño. El ladrón entró sin duda en la habitación, pero
no para robarme el oro y la plata, sino algo de mucho más valor.
Gracias por tu visita!!!