domingo, 11 de julio de 2010

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Hoja formativa Nº 102, junio 2010
Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
CÓRDOBA - Argentina


Ayudar a los demás
Los periodistas de un canal de televisión estaban en un restaurante céntrico, cubriendo una noticia... cuando, a través de un cristal polarizado que no permitía ver desde el exterior, observaron y filmaron una escena que han venido repitiendo continuamente, tratando de sacudirnos el alma para sembrar el mensaje. La temperatura era como de 5° grados, a las 10 de la mañana aproximadamente. En la acera, por una rejilla de ventilación, brotaba aire caliente del sistema de calefacción de un hotel. De pie sobre la rejilla, una mujer indigente, afectada en sus facultades mentales, trataba de mitigar el frío con el aire caliente.

En eso, un joven se acerca a ella, se quita la campera quedando en mangas de camisa, le pone la campara a la señora, le cierra cremallera, le indica que recoja un bolso que tenía la señora a su lado y se aleja, envolviéndose con una larga bufanda clara. A su alrededor, la gente pasaba indiferente, sin notar lo que sucedía... Este hecho ha causado un revuelo inesperado. Los periodistas trataron de hablar con el joven, pero éste se escabulló, después de dar un nombre falso. La historia podría haber terminado ahí, en un benefactor anónimo... sin embargo, la gente empezó a llamar a la televisora, algunos dando datos del joven en cuestión, otros informando casos de benefactores, ángeles silenciosos que Dios guía para ayudar a quien lo necesita.

Dos días después el bienhechor anónimo aceptó ser entrevistado. Resultó ser un joven de 27 años, desempleado, soltero, que vive con su madre y cuyo padre falleció hace año y medio. La campera era de su papá, pero se desprendió de ella porque pensó que el mejor uso que podía darle era ése, ayudar a quien no tenía abrigo. Su madre lo convenció de salir en la televisión, sugiriendo que tal vez ésa era la manera en que Dios quería ayudarlo para que consiguiera trabajo. Cuando le preguntaron, ¿por qué lo hiciste?, sólo respondió: Toda mi vida he estado rodeado de amor, quizá demasiado, sólo compartí un poquito de lo mucho que he recibido. - Y, ¿qué sentías cuando te alejabas de ahí? - Sólo felicidad; el aire frío que me calaba me hizo sentir alegre, pues yo lo sentía en vez de esa pobre mujer...

Qué gran lección nos dio ese joven a muchos que como él estamos desempleados, con riesgo de tener dificultades económicas y que, al contrario que él, sólo pensamos en solucionar nuestros problemas sin pensar en los demás. Está de más decir que ahora hay varias empresas que solicitaron hablar con el joven ofreciéndole un empleo, basándose en el hecho irrefutable de que donde hay valores hay honestidad, y un empleado con la calidad moral de él sólo puede traer beneficios a la empresa. Amigo/a, a ayudar a los demás, eso es lo que Él nos enseñó, ¿cuándo fue que perdimos el Camino?

Diógenes de Atenas
Diógenes, filósofo griego, reflexionó sobre la vida recta y fue implacable en señalar los vicios de su pueblo. Por ejemplo, nunca se cansó de comparar la vida decadente de Atenas, ciudad en la que pasó la mayor parte de su vida, con la simplicidad y austeridad de Esparta. Un día un ateniense lo interrumpió en su discurso y le dijo con ironía: “Si piensas que Esparta es tan maravillosa y Atenas tan despreciable, ¿por qué no dejas Atenas y te vas a Esparta?”. Sin inmutarse, con todo aplomo replicó el filósofo: “No importa lo que yo pueda preferir, mi obligación es quedarme en el lugar donde los hombres me necesitan más”.
A los fariseos que lo criticaban porque comía con publicanos y pecadores, Jesús les dijo: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido para los justos sino para los pecadores”.

La aguja de oro
Había una señora que desconfiaba mucho de todas las personas, siempre estaba sospechando y culpándolas por cualquier cosa, de modo que llegó a vivir aislada de todo el mundo, a excepción de una muchachita que la ayudaba en sus quehaceres. Una de las cosas que más quería esa señora era una aguja de oro con la que todas las tardes se entretenía cosiendo a la sombra de un árbol. Pero sucedió que un día, a pesar de que buscó por todas partes su apreciada aguja, no la encontró más. Sospechó de la jovencita y la acusó muy duramente de que ella era la que le había robado su aguja de oro. Y sin más la despidió. Pasados unos meses, un día por la tarde la señora salió al patio y le llamó la atención en el árbol un lindo nido. Subió sobre una silla para ver los pichoncitos y, ¡oh sorpresa!, encontró que su aguja de oro había estado ahí todo el tiempo. La desconfiada señora se sintió muy mal por haber despedido a la única persona que en verdad la cuidaba y quería.

Jesús en la familia
Corazón de Jesús, que has manifestado a santa Margarita María el deseo de reinar en las familias cristianas, nosotros hoy te proclamamos rey y señor de nuestra familia. Tú eres el único maestro del verdadero amor. Haz que aprendamos de ti cómo se ama, entregándonos a los otros, perdonando y sirviendo a todos con generosidad y con humildad, sin pretender recompensas. Jesús, tú que has sufrido para hacernos felices, cuida la felicidad de nuestra familia; en las horas alegres y en las dificultades, que tu Corazón sea la fuente de nuestro consuelo. Corazón de Jesús, llévanos a ti y transfórmanos; danos las riquezas de tu amor infinito, quema en él todas las imperfecciones y nuestra infidelidad, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad. Te pedimos, en fin, que después de haberte amado y servido en este mundo, nos reúnas en la felicidad eterna de tu reino. Amén.
La rana y el mar
He aquí una rana que había vivido siempre en un mísero y estrecho pozo, donde había nacido y habría de morir. Pasó cerca de allí otra rana que había vivido siempre junto al mar. Tropezó y se cayó en el pozo. -¿De dónde vienes? –preguntó la rana del pozo. -Del mar. -¿Es grande el mar? -Extraordinariamente grande, inmenso. La rana del pozo se quedó unos momentos muy pensativa y luego preguntó: -¿Es el mar tan grande como mi pozo? -¿Cómo puedes comparar tu pozo con el mar? Te digo que el mar es excepcionalmente grande, descomunal. Pero la rana del pozo, fuera de sí por la ira, gritó: -Mentira, no puede haber nada más grande que mi pozo; ¡nada! ¡Eres una mentirosa y ahora mismo te echaré de aquí.

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