domingo, 11 de julio de 2010

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Hoja formativa Nº 97, Enero 2010
Parroquia S. J. Bosco y S. D. Savio
CÓRDOBA

El mejor regalo
El hombre estaba tras el mostrador, mirando la calle distraídamente. Una niñita se aproximó al negocio y apretó la naricita contra el vidrio de la vitrina. Los ojos de color del cielo brillaban cuando vio un determinado objeto. Entró en el negocio y pidió para ver el collar de turquesa azul. "Es para mi hermana. ¿Puede hacer un paquete bien bonito?", —dijo ella. El dueño del negocio miró desconfiado a la niñita y le preguntó: “¿Cuánto dinero tienes?” Sin dudar, sacó del bolsillo de su ropa un pañuelo todo atadito y fue deshaciendo los nudos. Los colocó sobre el mostrador y dijo feliz: "¿Esto alcanza?".
Eran apenas algunas monedas las que exhibía orgullosa. "¿Sabe?, quiero dar este regalo a mi hermana mayor. Desde que murió nuestra madre, ella cuida de nosotros y no tiene tiempo para ella. Es su cumpleaños y estoy segura que quedará feliz con el collar que es del color de sus ojos". El hombre fue para la trastienda, colocó el collar en un estuche, lo envolvió con un vistoso papel rojo e hizo un esmerado lazo con una cinta verde. "Tome, dijo a la niña. Llévelo con cuidado". Ella salió feliz, corriendo y saltando calle abajo.

Aún no acababa el día, cuando una linda joven entró en el negocio. Colocó sobre el mostrador el ya conocido envoltorio deshecho e indagó: ¿Este collar fue comprado aquí? "¿Cuánto costó? "Ah!", - habló el dueño del negocio. "El precio de cualquier producto de mi tienda es siempre un asunto confidencial entre el vendedor y el cliente". La joven exclamó: "Pero mi hermana tenía solamente algunas monedas. El collar es verdadero, ¿no? Ella no tendría dinero para pagarlo".
El hombre tomó el estuche, rehizo el envoltorio con extremo cariño, colocó la cinta y lo devolvió a la joven y le dijo: "Ella pagó el precio más alto que cualquier persona puede pagar: ella dio todo lo que tenía". El silencio llenó la pequeña tienda y dos lágrimas rodaron por la faz emocionada de la joven en cuanto sus manos tomaban el pequeño envoltorio.
La verdadera donación es darse por entero, sin restricciones. La gratitud de quien ama no conoce límites para los gestos de ternura. Agradece siempre, pero no esperes el reconocimiento de nadie. Gratitud con amor no sólo reanima a quien recibe, reconforta a quien ofrece.

Yo solo, no puedo
Martin Luther King se acostó una noche, cansado después de un largo día de trabajo. Cuando estaba a punto de conciliar el sueño, sonó el teléfono. Una voz, al otro extremo, le dijo: -Escucha, negro; estamos hartos de ti. Antes de una semana te arrepentirás de haber venido a Montgomery. King colgó el aparato. De pronto, le asaltaron todos los temores. Su valor comenzó a abandonarle. Empezó a sentirse mal. Se levantó y se puso a pasear en la habitación. Fue a la cocina, calentó café, se sirvió una taza y se quedó allí sentado. No sabía qué hacer o a dónde ir. Entonces, inclinó su cabeza y empezó a rezar. Las palabras de su oración fueron algo así:
“Padre, creo que lo que estoy haciendo está bien hecho. Pero ahora tengo miedo, mucho miedo. La gente depende de mi liderazgo. Si me falta la fuerza o el valor, ellos van a empezar a sentir miedo. No puedo más. No sé qué hacer. No puedo afrontar solo esta responsabilidad”. —En ese momento —dijo King más tarde— experimenté la presencia divina como nunca la había experimentado antes.

El loro muerto
El loro llenaba en la corte tres empleos: anunciaba la visita de los altos personajes, tenía el encargo de recrear a Su Excelencia en sus momentos de ocio con cuentos amenos y de atajar a los solicitantes con el grito consagrado: «¡No hay vacante!». Y como es justo, teniendo tres empleos, cobraba tres sueldos, como quien dice nada.
Murió, y pocas horas después del triste acontecimiento, estaban conversando el chajá, la urraca y el benteveo, ponderando a cual más las cualidades del finado: —¡Pobre señor loro!, decía uno con aflicción. —¡Qué muerte tan repentina!, contestó otro tristemente. —¡Es un gran vacío!, observó el tercero compungido. —¡Y una gran vacante!, murmuró la urraca. Y el chajá se sonrió y también el benteveo, y los tres, mirándose con ojos de candidato: —¡Qué vacante linda, che!, susurraron los tres. (G. Daireaux).
El herrero y su perro
Un herrero tenía un pequeño perro, que era el gran favorito de su amo, su compañero constante. Mientras él martilleaba sus metales el perro permanecía dormido; pero cuando, a mediodía el herrero iba a almorzar y comenzaba a comer, el perro se despertaba y meneaba su cola, como pidiendo una parte de su comida.
Su amo un día, fingiendo estar enojado y golpeándolo suavemente con su palo, le dijo: —A usted pequeño holgazán desvergonzado, ¿qué le haré? Mientras martillo en el yunque, usted duerme en la estera; y cuando me siento a comer después de mi duro trabajo, usted se despierta y menea su cola pidiendo el alimento. ¿No sabe usted que el trabajo es fuente de toda bendición, y que ninguno, sólo aquellos que trabajan tienen derecho a comer? Sin embargo, después de esta reprensión le daba una buena ración de carne.

Oración del exploradorSeñor
Jesús: Tú que me has dado el aviso de estar “siempre listo”, y me has dado la gracia de tomarlo por lema, concédeme cumplir con él. Que todas las circunstancias de la vida, me hallen listo para el deber, amando lo que es verdadero, haciendo lo que es bueno, fiel a la Iglesia y leal a la Patria, siempre listo a perdonar, siempre listo a socorrer, alegre y sonriente en el sufrir, casto y puro de corazón.
Estas son Señor, las huellas de tus pasos, yo quiero seguirte a través de todo, sin miedo y sin tacha, el alma fuerte y la frente levantada. Esta es mi promesa de cristiano y explorador. Por mi honor, no la traicionaré jamás, confiando Señor, en tu bondad y en tu gracia, y en el auxilio maternal de María. Amén.

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